lunes, 14 de abril de 2014

Tránsitos, Poéticas y Políticas de la Subjetividad. Una Conversación Juan Carlos De Brassi.


Tránsitos, Poéticas y Políticas de la Subjetividad.
Una Conversación   Juan Carlos De Brassi. - , Fragmento.
(Mesa Editorial,   Bs. As.,  2007) 
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            La sucesión temporal -importante, quizás, como un elemento del encuadre- ya quedaba de lado en lo que me había cuestionado hace un momento y en la necesidad de saber cómo había pensado la grupología lo grupal y la grupalidad. Ahora, con qué noción de temporalidad habría que pensar en estos nuevos tramos del camino es otra cuestión en la que, por lo menos yo, estoy trabajando, valga la redundancia, desde hace mucho tiempo.
Bueno, siguiendo con lo que venía puntualizando, tanto lo grupal como la grupalidad han sido enfocadas de modo impresionista, ocasional o teoricista (el heredero más fuerte de la relación sujeto-objeto) donde lo grupal es tocado de refilón, al igual que la grupalidad, cosa que por otro lado siempre estuvo fuera de los intereses personales, teóricos e institucionales de la grupología. Así, en este trazo, no lineal sino ordenado de acuerdo a una complejidad histórica, tocaría saber cómo juega lo grupal. Saber coexistente al lugar donde comienza a bullir, o sea, en la publicación Lo Grupal.
L.N.: ¿Era la colección de la Editorial Búsqueda que dirigían Tato Pavlovsky y usted?
D.B.: Sí, Pavlovsky y yo elaborábamos fatigosamente (por lo que implicaba explicitar una problemática emergente sin ningún tipo de apoyo) la edición de cada volumen.
L.N.: Tengo entendido que había un núcleo de colaboradores muy interesante.
D.B.: Hubo una convergencia muy sugerente de gente que, con total libertad, ensayó tanto ciertas aventuras de pensamiento, sus juegos escriturales, puntuaciones instrumentales, etc., como sus estrategias institucionales, modos de persuasión, aparición y demás. Se trató de una verdadera convocatoria sin necesidad de consensuar otra cosa que el respeto por las diferencias producti-vas. A nuestro entender, es la única forma inteligente de lograr que una problemática inaugural se despliegue. Posteriormente los modos de recepción, institucionalización, alianza, etc., harán lo suyo por el consenso, el acuerdo y los intercambios múltiples.
L.N.: ¿Cuántos volúmenes salieron?
D.B.: Diez. Pero déjeme enfatizar un tema clave. No se trataba solamente de colaboraciones y de la confección de los textos, sino de un espectro más amplio, y ése es quizás un triunfo de Lo Crupal,  que perdura mucho después de haber desaparecido la publicación.         
En primer lugar, el eje donde lo grupal tiene una real base material es la red institucional formal e informal. Formal, por ejemplo, con la Cátedra de Teoría y Técnica de Grupos de la U.B.A. o con la maestría sobre ''Grupos e Instituciones" -única en América Latina- de la UAM Xochimilco de México, donde "Lo Grupal" es una de las líneas bibliográficas. Informal con ámbitos afines que, a partir de esa serie textual, han cambiado la orientación de sus reflexiones y acciones.
En segundo término, Lo Crupal es abarcado, pues de esto se trata, por la gran cantidad de publicaciones -más de cien- que alentó directa e indirectamente. Podríamos decir que ello conforma un verdadero universo receptivo, un régimen de sentido, sensible él mismo.

En tercer lugar, si no es una molestia para usted, le sugeriría que consulte Lo Grupal 3, marzo de 1986. Verá que en el prólogo queda justificado el giro y el pasaje del estudio de los grupos y sus componentes histórico-típicos (cohesión, interacción de roles, modos transferenciales, resistencias al cambio, estatuto de la tarea, constitución del mito y el código grupales, etc.) a Lo Grupal (y la producción de subjetividad), especie de acontecimiento blanco que dispara el neutro /o; neutro del que carecen todavía algunas lenguas, por ejemplo, la francesa y la italiana.

En el plano de lo grupal todos los asuntos previos están redefinidos y acontecen prácticamente a partir de la producción de subjetividad -no sólo del sujeto o el psiquismo-, los modos de subjetivación, las integraciones grupales, las dimensiones institucionales, los diagramas de poder, los actos lingüísticos, las distancias comunitarias, los desafíos instrumentales, etc.

Obviamente, lo que ahí aparece como desencadenante, después, ha sido indagado, desplegado y enriquecido a través de decenas de publicaciones e innumerables actividades institucionales. Y por actores muy diversos entre sí, que van desde trabajos planeados y llevados a cabo con extremo cuidado y gran capacidad de invención, hasta francas y repudiables desprolijidades hechas sin ninguna responsabilidad.
En cuarto término, desde la perspectiva de Lo Crupal nunca se escribió bajo el género del artículo, puesto que el articulus tiene la pretensión de articular, mientras el pasaje que ensayábamos no tendía, como tendencia metódica, a forzar ninguna articulación. Por eso le decía que el núcleo de colaboradores ensayó algo así como una puesta en acto a la que sólo el tiempo, los desafíos del entorno y el espesor de las distintas producciones, podían otorgar su verdadera dimensión.
Así, lo grupal significó un tránsito histórico, estético-político y epistémico hacia otros devenires de pensamiento y acción.

L.N.: Por lo que usted reseñó, y que jamás escuché expuesto de ese modo, infiero que hay como una vuelta de tuerca de los enfoques sobre los grupos.
D.B.: Reiteraría que en lo grupal existe una transmisión real de los enfoques a que usted alude. Me explico. En las teorizaciones sobre los grupos se procedía de manera abstracta. Se partía del supuesto de que los conceptos se podían extraer o abstraer, que es lo mismo, de las experiencias grupales.
Asunto que la epistemología conceptualista que les servía de fundamento había superado hacía doscientos años. Por el contrario, en lo grupal sabíamos que se ponen, o sea, que no se podía desechar en el abordaje de una intervención específica y su relativa inteligibilidad, las ideas de construcción, suposición, interpretación, etc., que posibilitan la lectura y el análisis de los distintos materiales. Y que se ponen es diferente de que se aplican, pues toda aplicación ya está anticipada en algún esquema, mientras que la ubicuidad acontece de manera simultánea a la particularidad del desafío.
L.N.: Volviendo a ese ''acontecimiento blanco", como usted lo llama, ¿qué cuestión deslizaría?
D.B.: Creo que él traza una consigna en el lenguaje, consigna que hace a su misma formación. Y es la de que todo debe volver a pensarse de nuevo, practicarse en sus propios modos de existencia, ligarse de manera novedosa con la tradición que avanza desde el futuro, inventar, como diría Borges, los predecesores. Más aún, dibujar algunas de las formas en que ellos podrían leernos a nosotros. Si usted quiere, prefigurar un nuevo género narrativo.    
Por eso, el pasaje era no articulado, exigía ese requisito metódico. Se trataba de conectar, de maquinar, de afectar los conceptos, nociones, dichos, etc., de ponerlos, exponerlos y desplegarlos con todos los felices y tristes desaciertos que nuestra "ética de la enunciación" nos imponía.
O sea, es indelegable la libertad de actuar y pensar en las direcciones deseadas, no negarnos nada que nos provoque a derivar por vías impensadas, aún las más lejanas de nuestras apetencias y convicciones. Pero, simultáneamente, nos cabe la obligación de transmitirlas y justificarlas, también desde el punto de vista político, en lo posible. De esa regla de juego, por ejemplo, se desprende el lema negativo “lo grupal no son los grupos”, lema que está tramado con todo lo que venía relatando. Otro tanto ocurre con el borde de enunciación solicitado por la propia dimensión ética.   
 Es insuficiente, así lo entiendo, refugiarse en el nosotros, ese plural mayestático sobre el que está basada toda una psicología social, por ejemplo, la de Jean Maisonneuve. Tampoco en el anónimo se debe, se dice y demás parloteos. Creo que ese borde de enunciación podría formularse del siguiente modo: "ahí es dicho, esto que yo sostengo", pues en un país con tantas desapariciones, las apariciones es necesario sostenerlas, para que la vida no se convierta en destino trágico, que desaparezca por anticipado.
L.N.: ¿Podríamos, ahora, hablar del último tramo de la grupalidad?
D.B.: Sí, quizás debamos hacerlo. Le contestaré sólo con algunos subrayados, para hacer las cosas más simples. Yo hablo de la grupalidad para arrancar al término de su uso adjetivo, de su carácter indiferente.
L.N.: ¿Cómo es eso?
D.B.: No hay duda de que la lengua pone a disposición del usuario los grupos, lo grupal, la grupalidad, y la vida cotidiana se encarga de que sean utilizados indistintamente. Y esto es inevitable, lo hacen nuestros colegas, vecinos y uno mismo. Pero así estamos hablando del derecho del ciudadano a expresarse, no de línea metódica basada en historias, cauces disciplinarios, dispositivos, modos de intervención, técnicas de implementación, tramas institucionales, grupales, comunitarias, etc.
De ahí que sea preciso hablar de la grupalidad como forma de salir de la mera adjetivación y de los usos descontextuados de un concepto por otro. Al despegar el término de su empleo adjetivo cambia, entonces, el mismo punto de partida. Se pasa de un campo fenoménico a las dimensiones de lo no pensado y, por lo tanto, de lo no dicho e imposible de ser conceptualizado en las producciones grupales anteriores. Y no porque sean peores o mejores, más o menos explicativas, de tal o cual nivel de consistencia; este tipo de valoración me parece estéril. El asunto es que ellas no están en condiciones de desplegar el horizonte epistémico de la complejidad, la multiplicidad, la implicación, los procesos de diseminación, las interferencias grupales, los matices en la enunciación, los regímenes de afección, las defusiones institucionales (el otro polo de las "vinculaciones"), la salida -no el rechazo- del campo representacional y del universo de la transparencia, el desborde de las operaciones técnicas, los devenires del cuerpo, la inclusión instrumental de otros saberes, el diseño micropolítico, etc.
L.N.: Es decir, los nuevos paradigmas.
D.B.: En realidad no creo que se trate de paradigmas. El listado indicativo que le mencioné es difícil de ser abarcado por la noción de paradigma. Por lo menos de acuerdo con los significados que le da Kuhn, quien ha resucitado su empleo para dar cuenta de las estructuras de las revoluciones científicas. Más allá de todo conflicto interpretativo, una cosa resulta clara: dicha noción debe utilizarse siempre dentro del marco de una ciencia normalizada, de la inconmensurabilidad de las teorías y de la transmisión regular de problemas y soluciones. Lo que vengo exponiendo se aleja sensiblemente de esa orientación. Por ello no me parece afín a tales preocupaciones la noción de paradigma, sino la más cercana de horizonte epistémico. Desde él, pienso, se puede poner en perspectiva y elucidar lo que todavía permanece en estado de precariedad.
L.N.: ¿Podría darnos algunos componentes de lo que usted llama horizonte epistémico?
D.B.: A manera de un rápido señalamiento, de importancia muy dispar, le diría que es imprescindible el trazado de ciertas genealogías y arqueologías, como formas de captar devenires que restan atrapados en determinados relatos históricos, disciplinarios, biográficos y de aliento teórico; la diagramación de órdenes que están fuera de las aprehensiones personales y sus modos de re-presentación, como por ejemplo en un núcleo de afección grupal, en una redistribución cultural e institucional del poder o en la realización de una ceremonia comunitaria. Asimismo el diseño de cartografías desechables como estrategias de descongelamiento y formas de evitar el padecimiento de la falta de teorías coherentes, por otro lado, aspiración extraña a esta posición; la apertura de los criterios de validez en estrecha correlación con las cuestiones, de las que ellos son respuestas pertinentes o impertinentes. Además se tiende a generalizar el concepto de intervención e implicación para demarcar las operaciones técnico-políticas. Y, para redondear, se buscaría favorecer y acotar, en la idea de acontecer singularizado, las invenciones instrumentales, a través de las cuales sobreviven tanto la capacidad crítica como las realizaciones perdurables.
Una enumeración de este tipo compone para mí un horizonte, lo que se aleja de cualquier intento de captura cuanto más nos acercamos lingüística y extralingüísticamente a él. Y como la idea de horizonte es paradojal, sólo podemos ensancharlo al acercarnos. Esa cercanía-lejanía indisociable es lo epistémico, ajeno, descreído de las vigilancias epistemológicas.
L.N.: ¿Final del trayecto?
D.B.: Conclusión inacabada, aunque de todos modos en el proyecto de la grupalidad existe una forma de cumplimiento, solidaria con esa dimensión ética de la enunciación a la que me referí. Le doy sólo un ejemplo para ilustrar los subrayados, ya que de otra manera deberíamos internarnos excesivamente en los dominios de la grupalidad. Cuando estaba bocetando un mapa de sus posi-bles regiones, me topé con una cierta insistencia crítica respecto a la causalidad, sus verosímiles, sus ejercicios totalitarios de explicación y demás. Eso me indujo, entonces, a recorrer sus territorios y a desandarlos desde dentro mismo de sus formulaciones. De ello resultó un libro sobre La Monarquía Causal.
Al investigar, meditar o en el instante de escribir ignoro qué podrá surgir para un avance puntual, un desarrollo futuro o para ser depositado en un banco de ideas, cuyo interés consiste en no dar interés alguno. En suma, se trata de no bloquear ninguna búsqueda ni despliegue por más circunstanciales que parezcan. Sólo así el horizonte deja de concebirse como una línea imaginaria, para ser lo que realmente es: una línea de fuga.
L.N.: Si tuviera que definir en una sola palabra cada tramo de su "poner en camino", ¿cuáles serían?
D.B.: Quizás podría esgrimir tres provisorias. Casuístico para el primero; transicional para el segundo y epistémico para el tercero. Pero quizás mañana ellas sufran sus propias mutaciones.
Una aclaración sobre el final. Para borrar el fantasma de una secuencia sucesiva, habría que remarcar algo que antes fue sugerido. Cada plano es irreductible a cualquiera de los otros, sea por sus filiaciones, sus formas de institucionalización, sus quehaceres o sus modalidades científicas. No hay nada que integrar en diversos niveles o superar en distintos momentos, aunque, obviamente, tengan sus cruces, ramificaciones e interferencias específicas, aspectos que deberán dilucidarse en cada situación concreta.
L.N.: En sus escritos sobre la grupalidad se opone a todo tipo de dualismo. ¿Esto no pone en peligro de derrumbe a la epistemología freudiana?
D.B.: Quizás mi perspectiva sea un poco más radical que la de una oposición. Podría afirmar que una posición dualista, en cuanto posición de principio, es consecuencia de una pregunta mal planteada. Sin embargo hay matices, y estos asuntos se juegan básicamente en sus matices, que es necesario poner de relieve, y ello para evitar ser un mero opositor a la moda. Puesto que, a menudo, se argumenta bajo la figura del círculo vicioso, de manera llanamente deductiva y bajo el mismo mecanismo que se critica. Si me opongo al dualismo, ¿qué lugar me hace ocupar automáticamente ese antagonismo? Es previsible, el del monismo. Es decir, mi posición quedaría justificada gracias a una forma dualista de razonar. Y así no vamos a ninguna parte.
Si no recuerdo mal, el término dualismo aparece por primera vez, alrededor del siglo XVIII, en el libro de Thomas Hyde -Historia de las Religiones- para señalar el dualismo entre Orrnuz y Arihman. Después Christian Wolf -maestro de Kant- utiliza el adjetivo monista en su Psicología Racional, para referirse a los que no aceptan más que una sola sustancia. Como es de esperar, más tarde surge la necesidad taxidérmica de clasificar dualismos y monismos de todo tipo. Dualismos gnoseológicos, psicológicos, fundantes, realistas, etc. Monismos cualitativos, místicos, panteístas, naturalistas, etc. En realidad no se trata de variaciones de lo mismo, sino de distintas interpretaciones del mundo, la vida y el saber.
Con esta semblanza quería sugerir que en esas formas adjetivas -que ya he criticado a propósito de la grupalidad- quedan disueltas las diferencias y se da paso a una industria muy conocida en la historia de las ideas: la industria de las etiquetas.
Para sintetizar diría que ni monismo, ni dualismo -vías regias de dogmatismos teologizantes-. En cambio en el origen de mis elucidaciones se encuentran la multiplicidad y la complejidad, ninguna polaridad constituyente que después deba ser objeto de una dialectización, forma bastarda de una verdadera dialéctica.
(…)




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