Sujeto:
pulso de una acción, latido de un verbo.[1]
Marcelo Percia
1.
¿Es
articulable el sujeto del inconsciente con una lógica colectiva?
El sujeto del inconsciente es un
sujeto colectivo. En las expresiones: “el
sujeto de la razón”, “el sujeto de la
ley”, “el sujeto político”, “el sujeto histórico” o “el sujeto del inconsciente”; la palabra
sujeto remite a supuestos universales y esenciales de lo humano en tiempos de la
civilización moderna. (sujeto de la
gramática, sujeto del QUIJOTE)
En expresiones
como “la víctima fue vista junto a un
sujeto alto y mal entrazado” o “el
sujeto permaneció en la entrevista con la mirada esquiva”; la palabra sujeto designa a un individuo o una
persona que transporta peligro o extrañeza. El psicoanálisis difundió el uso del vocablo sujeto para recordar que no se trataba
de un individuo aislado y autónomo, sino de un hablante hablado: una existencia
histórica cincelada en el lenguaje y, a la vez, cincelada como experiencia de sí, en su tiempo ínfimo.
Así, la noción de sujeto comenzó a pensarse como límite,
como condición fronteriza de la existencia, como angostura que habitamos en las
extensiones del lenguaje. El sujeto del inconsciente es un sujeto colectivo: sujeto como borde y misterio en
el que hablan todos los vivientes, línea que se pierde entre las sombras.
(Meinard, Cervantes, etc.)
La gramática pone en acto estos
problemas: dada una proposición, para saber cuál es el sujeto se interroga al
verbo: el obrar de la pregunta recuerda que no hay sujeto como identidad previa a la acción y que esa
acción sólo toma conciencia de sí ante el espejo roto de la pregunta. (la
experiencia de la escritura, su
escritura)
Si el verbo es el dispositivo de
significación (designa quién hizo qué cosa), la pregunta al verbo es dispositivo
de sentido. La interrogación suspende conclusiones que se atribuyen el estar a
la vista. El sentido reside en ese suspenso: sentido es vacilación ante lo
indeterminado, en la vacilación late lo singular.
El sentido no se encuentra en la pregunta, sino en el preguntar.
Si analizamos la proposición Juan come la manzana, preguntamos al
verbo ¿quién come la manzana? y el
verbo responde Juan. El sujeto, tras
la pregunta al verbo, deviene sujeto de esa acción. El verbo pide un
responsable y un sujeto (no sustancial) irrumpe como un quién conminado a hacerse presente. El sujeto que así se
presenta importa menos por su identidad que por la provisoria asunción de una
responsabilidad.
A partir de allí, se organizan un
horizonte de predicados posibles para que ese sujeto haga algo con una manzana.
Veamos algunos enunciados verosímiles: Juan
come la manzana, Juan compra la
manzana, Juan roba la manzana, Juan lava la manzana, Juan pela la manzana, Juan asa la manzana, Juan lustra la manzana, Juan esconde la manzana, Juan comparte la manzana, Juan lleva la manzana a la maestra.
Pero si estallan los predicados, el
sujeto se desquicia: Juan baila con la
manzana, Juan duerme con la manzana,
Juan hace el amor con la manzana, Juan tiene terror a la manzana, Juan dice que la manzana es el sexo de su
madre y la cabeza de su padre, Juan
siente moverse gusanos en la manzana, Juan
devora la manzana como Saturno a sus hijos, Juan lee el futuro en la manzana, Juan escucha en la manzana los gemidos de la humanidad que sufre.
El sujeto del inconsciente es sujeto de predicativos
desquiciados.
(Menard
escribe el Quijote). (Lo quijotesco escrito por Menard) .
Lógicas
colectivas es uno de los nombres en el que hacen cuerpo las desquicias
sociales.
Si la afirmación de un único
predicado es el secreto de la identidad: “Soy
el que soy”, la proliferación de predicados vence la soldadura moderna del
sujeto con el yo y con la conjetura de un inconsciente personal.
Las lógicas colectivas intervienen cuando
las identidades individuales se saben dislocadas.
Deleuze (1988)
afirmaba que la noción de sujeto había perdido mucho de su interés “en beneficio de las singularidades
pre-individuales y de las individuaciones impersonales”. La idea de lógicas colectivas anuncia otros modos de entrever lo singular
y el reconocimiento de la potencia productiva de las desquicias sociales.
2.
¿Cómo se
complejiza el concepto y la práctica de la transferencia en los dispositivos
clínicos multipersonales?
La idea de transferencia es intervenida
por la de afectación. La presencia ausencia de otro afecta: emociona, hace sentir, evoca, llama, provoca. La afectación
acontece como transferencia e interferencia, como impacto y violencia, como
excepción, sorpresa y alteración.
La posibilidad de afectación es el
nombre de la desquicia potenciada.
En situaciones clínicas de grupo, la
transferencia se encuentra fuera de quicio: desordenada e irregular, caótica e
inesperada. Ese estado desquiciado de la transferencia se llama interferencia. Una conversación entre
muchos es oportunidad interferencial: interferir es interrumpir. Un espacio
colectivo, aun el más disciplinado, es sitio propicio para las interrupciones. La irrupción interesa como entrada violenta de lo inesperado.
Si interferir -inter(h)erir-
recuerda la posición de sujeto como multiplicidad de heridas; la interferencia
-inter(h)rencia- recuerda la idea de sujeto como posición extraviada entre una
multiplicidad de herencias.[2]
La red interferencial es, como toda
red, una trama de vacíos.
La interferencia del otro, a veces,
es buscada.
Escribe Cioran: “Más de una vez me ha
ocurrido salir de casa, porque de haberme quedado no estaba seguro del poder
resistir a alguna resolución súbita. La calle es más tranquilizadora
porque se piensa menos en sí mismo, y porque en ella todo se
debilita y se degrada, empezando por las angustias”.
No es lo mismo estar interferido que estar interceptado. El interceptado se siente detenido, eclipsado por un
pensamiento que se le impone, el interferido puede escuchar otros pensamientos
junto a sus pensamientos.
3.
¿Cuáles son,
los principales conceptos que han enriquecido los llamados “escritos sociales”
de Freud, en lo relativo al otro?
La relación con el otro, en el presente,
está mediada por el sentido común. El sentido común dice quién y cómo es el
otro: reduce al otro a un desconocido conocido.
El sentido común persigue al otro como extraño descifrado.[3]
El sentido común organiza la
percepción del otro para una lógica de
masas que convendría distinguir de las lógicas
colectivas. La lógica de masas captura regularidades y
previsiones (el otro interpretado) y prescribe acciones protectoras inclusivas y
expulsivas: si hago lo que se dice,
soy relevado de mi singularidad, de mi responsabilidad, de la desquicia de los
predicados que flotan en el mundo como potencias inconvenientes. Si vivo como se dice que hay que vivir, me sumerjo en
el Uno del sentido común y si pienso
como piensa la gente, me preservo de
la soledad y de la muerte.
El sentido común
es un discurso de derecha que construye una lógica de masas en la que el otro es
como yo, como somos todos o es un peligro que nos amenaza. El sentido común es
una clave de integración y exclusión, un ordenador del otro. La clasificación
es una forma social atemperado del odio al otro.
Habría que
pensar si todavía cabe distinguir a un otro
de las izquierdas y un otro de las
derechas: hasta no hace mucho el otro de las derechas era el otro interpretado
y, por lo tanto, controlado, y el otro de las izquierdas era el otro portador
de lo otro siempre venidero, desconocido.
El sentido
común es un manto de mayorías clasificadas que sirve para protegernos de la
angustia. El Uno del sentido común no
es tanto un sujeto anónimo como un sujeto arrogante que no duda respecto de
quién es el otro. La habladuría sobre
el otro es el hábito social de la lógica de masas.
El sentido
común aquieta la conflictividad que supone habitar en lo desconocido. La
derecha detesta la angustia y al otro no reducible a sus clasificaciones. Las
izquierdas, si no se piensan como el ala contraria, deberían ser el cuerpo
angustiado de lo extraño que habla en la intemperie del mundo clasificado.
Los medios de
comunicación son el discurso de la lógica de masas, oráculos del sentido común.
No interesa
tanto volver a localizar el sujeto del inconsciente, como la potencia subversiva de lo desujetado del
sentido común. No interesa tanto volver a explicar quién es el otro o
proclamar el derecho a la diferencia, como la recepción de lo otro, la experiencia de lo irreducible,
lo que se resiste al estrechamiento de la clasificación, el desciframiento, la
interpretación. El otro es portador de lo otro: lo desconocido, lo misterioso, lo arrojado desde
la nada, desde lo impersonal, desde lo singular, desde lo desquiciado, lo que
vive fuera de sí, lo inclasificado, lo único.
[1] Artículo publicado en el Dossier Lógicas
colectivas, dispositivos vinculares de la Revista de la Asociación de
Psicología y Psicoterapia de Grupo. Diciembre 2009. Las tres preguntas que
encabezan cada fragmento fueron propuestas por la dirección de la Revista.
[2] Se tiene en cuenta que en
el castellano antiguo la grafía f
representaba tanto el valor fonético actual como una aspiración inglesa a la
manera de una h, que aunque luego
desaparece en la pronunciación, se conserva en la escritura (por citar un caso,
fablar se transformó en hablar).
[3] Lo desconocido no importa
ahora como desafío: eso por conocer o conquistar, interesa lo desconocido como
desconocido siempre intacto, como borde que nos hace pensar. Conocer lo
desconocido no significa transformarlo en conocido, enclaustrarlo o cercarlo
con el alambrado de lo mismo, sino
pensarlo como lo infinitamente separado.
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