GRUPOS
DOS UBA
TEÓRICO
SAN ISIDRO
1
Lean, che!
Leónidas
Lamborghini
La propuesta de lecturas de libros que no revisten carácter académico,
procura, entre otras cuestiones, tensionar tanto estilos teóricos vigentes en
la facultad, como los modos hegemónicos
de leer-escribir-pensar. Proponer literatura en esta cátedra, intenta re-situar al texto literario en otro escenario.
Ni mera distracción, ni ocio, ni válvula de escape, ni rendimiento productivo, aun cuando lo que el texto moviliza se trata de
saberes. Ni crítica literaria, ni pato biografías ni aplicación de ideas conceptuales.
Inquirir sobre la relación lenguaje-poder
invita a visibilizar las estrategias del saber-poder
que controlan el lenguaje, nuestro modo de relacionarnos con él, de nombrar,
ver y crear mundo. Inquietar el conformismo lingüístico que habita nuestras
prácticas cotidianas universitarias: leer, escribir, hablar, escuchar.
Elijo por ello, Lección inaugural (1977), de Roland Barthes, clase en
la que este pensador presenta la Cátedra de Semiología Lingüística en el
College de France.
Destaco del texto, entre opciones múltiples de propuestas, dos de ellas:
-Como la literatura,
con sus operaciones singulares,
problematiza la relación entre poder,
discurso y lenguaje, sustrayéndole
al poder su pretensión de totalidad.
-Como lo lúdico de la literatura funciona como
espacio de engaño, cuyo juego de signos cartografían un espacio de insubordinación en el que las
palabras, (distanciadas de su uso
cotidiano, de su finalidad instrumental, comunicativa), no buscan otra eficacia
más que la fugacidad inaprehensible. ¿Fugacidad inaprehensible?
2
Pero… ¿Quién es el que manda?
A)Selecciono los siguientes fragmentos de
Alicia a través del espejo, capítulo 6,
de Lewis Carroll, que relata el encuentro de Alicia con Humpty Dumpty,
sentado en lo alto de un muro.
-Dime más bien tu nombre y profesión. -Mi nombre es Alicia, pero...
-¡Vaya nombre más estúpido! --interrumpió Humpty Dumpty con impaciencia. -¿Qué es lo que quiere decir?
-¿Es que acaso un nombre tiene que significar necesariamente algo? --preguntó Alicia, nada convencida.
-¡Pues claro que sí! --replicó Humpty Dumpty soltando una risotada: -El mío significa la forma que tengo... y una forma bien hermosa que se es. Pero con ese nombre que tienes, ¡podrías tener prácticamente cualquier forma!
B) - Humpty Dumpty exhibe la
capacidad que posee para explicar las “palabras difíciles” en textos tan
difíciles como “Jabberwocky”, y con ello muestra su voluntad de poder sobre las palabras:
-Algunas palabras tienen su genio… particularmente
los verbos…, son los más creídos…, con los adjetivos se puede hacer lo que se
quiera, pero no con los verbos…, sin embargo, ¡yo me las arreglo para
tenérselas tiesas a todas ellas! ¡Impenetrabilidad! Eso es lo que yo siempre
digo.
El uso del lenguaje en Humpty
Dumpty socava la concepción convencional del mismo, a saber, que las palabras
significan lo que ciertas normas convencionales fijan como significado. Humpty
Dumpty extrema esta concepción, proponiendo que el significado de una palabra puede
reducirse a la regla o norma privada que fija un hablante para sí mismo.
C)-Hablando sobre la mayor o
menor importancia de los no cumpleaños y los cumpleaños, Humpty Dumpty dice a
Alicia:
-¡He ahí tu gloria!- No sé qué es lo que quiere decir con eso de “gloria” −observó Alicia.
Humpty Dumpty sonrió despectivamente.
− Pues claro que no…, y no lo sabrás hasta que te lo diga. Quiere decir que “he ahí, te he dado con un bello y contundente argumento”.
− Pero “gloria” no significa “un bello y contundente argumento” −objetó Alicia−.
Cuando yo uso una palabra −insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso− ella significa lo que yo elegí que significara…, ni más ni menos.
− La cuestión −insistió Alicia− es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
− La cuestión −zanjó Humpty Dumpty− es saber quién es el que manda…, eso es todo.
Otra versión traduce lo que figura como… eso es todo, por: ellas o yo.
Ellas, las palabras.
3
¿Qué asir, sino lo que se escapa?
Yves Bonnefoy
Poder agazapado, al acecho, queriendo atar, sujetar tras una supuesta
libre circulación del discurso. Pero ¿es posible desprenderse de este poder? ¿Cuándo, en que situaciones y cómo, a través de cuales operaciones “puede desprenderse el discurso de todo
querer-asir?”(ª)
El sentido común percibe al poder como Uno,
que va empapando, colándose en todas
las dimensiones de la existencia
política e ideológica. Barthes pregunta ¿Qué ocurriría si el poder fuese
plural, si se tratara de una
modelización? ¿Cómo es que, pese a su pluralidad, tendemos a identificarlo como
Uno en lo cotidiano?
“Adivinamos
entonces que el poder está presente en los más finos mecanismos del intercambio
social: no sólo en el Estado, las clases, los grupos, sino también en las
modas, las opiniones corrientes, los espectáculos, los juegos, los deportes,
las informaciones, las relaciones familiares y privadas, y hasta en los accesos
liberadores que tratan de impugnarlo¨…”
No se trata de combatir contra el poder,
advierte Roland Barthes; el cada vez de esta acción, relanza el cada vez
del poder, que vuelve a la ronda.
“La razón de esta resistencia y de esta ubicuidad es que el poder es el parásito de un organismo
transocial, ligado a la entera historia del hombre, y no solamente a su
historia política, histórica. Aquel objeto en el que se inscribe el poder desde
toda la eternidad humana es el lenguaje o, para ser más precisos, su expresión
obligada: la lengua.” [LI,
p. 118]
En tanto inscripción del poder, la lengua
es un código que legisla, impone una
clasificación, un orden; reparte, exige, conmina y establece las reglas. Delimita los modos del
decir, al constreñir sus operatorias. La gramática se percibe inmediatamente
como mecanismo rector, manifestación del
poder en la lengua, su modelización visible. Tal poder se
presentifica cada vez que el decir está comandado por la urgencia comunicativa,
sujeto al pragmatismo de la comunicación.
(ª) Los
textos en cursiva son extractos del texto Lección Inaugural de Roland Barthes
En
castellano, se visualiza en las formas definidas de predicar el sujeto de un
enunciado, su enunciación y correspondencia verbal o coherencias de género y
número.
“Hablar, y con más razón discurrir, no es como se repite demasiado
a menudo comunicar sino sujetar: toda la lengua es una acción rectora
generalizada.” [LI, p. 119]
De
allí que:
“La lengua, como ejecución de todo lenguaje, no es ni reaccionaria
ni progresista, es simplemente fascista, ya que el fascismo no consiste en
impedir decir, sino en obligar a decir.” [LI, p. 120]
El fascismo de la lengua, decreta y funda
esta obligación a decir, recurriendo a estrategias de sujeción.
Una de ellas, ejerce la autoridad de la aserción. Cuando los enunciados pueden volverse
en su contra, abrigan la potencia de la insubordinación (al abrir posibilidades, suspender el juicio), la lengua recurre a
fórmulas de enmascaramiento allí. Despliega
esta autoridad de la aserción para encubrir al poder que se oculta en ella,
entregándole al sujeto productor del discurso la ilusión de una autoridad que
él genera y sustenta.
Otra estrategia se trata de la gregariedad de la repetición. Implica
el carácter colectivo de los signos que la lengua pone en circulación,
colectivo sólo en la medida que se repiten, de tal manera que “hablar es recoger lo que se arrastra en la
lengua”.
Hablar, enunciar, supone situarse en la lengua como amo y esclavo a la
vez: declarar mi autoridad en la aserción, afirmación que da por cierto
algo, y, simultáneamente, someterse a los signos que la lengua me
impone.
Dada esta relación inevitable de servilismo
y poder a la que estamos sujetos en y por la lengua, ¿es posible la libertad?
Si decir está siempre condicionado por esta relación, podría suponerse que la libertad sólo puede existir fuera de la lengua. Pero no hay tal afuera de la lengua:
“Desgraciadamente, el lenguaje humano no tiene exterior: es un a
puertas cerradas” [LI, p. 121]
Por tal imposibilidad de un afuera del lenguaje, Barthes propone la literatura como puro
despliegue de los recursos propios de la lengua, presentándose como un engaño, un ardid, que le retrae al poder, fugazmente, su imperativo de totalidad:
“[A nosotros, los hombres] sólo nos resta, si puedo así decirlo,
hacer trampas con la lengua, hacerle trampas a la lengua. A esta fullería
saludable, a esta esquiva y magnífica engañifa que permite escuchar a la lengua
fuera del poder, en el esplendor de una revolución permanente del lenguaje, por
mi parte yo la llamo: literatura.” [LI, pp. 121-122]
Engañifa, según la definición de la Real
Academia Española, es “engaño artificioso
con apariencia de utilidad”. Literatura: artificio que aparenta la utilidad
de la lengua, finge su impronta comunicativa, su carácter de medio.
En tanto engaño, insubordinación de los
mecanismos de la lengua en la
lengua, la literatura, no buscaría derogar el poder que se incuba en
ella. Tampoco asume como tarea un deber ser revolucionario o se emula a sí misma, como medio de disensión o denuncia. La
literatura escaparía a estos afanes voluntariosos que puedan convertirla en vehículo
de buenas intenciones. Renuncia a ser medio
porque se experiencia sin finalidad,
independientemente del sentido que
nosotros, lectores, queramos atribuirle en el ejercicio interpretativo.
Según Barthes:
“Entiendo por literatura no un cuerpo o una serie de obras, ni
siquiera un sector de comercio o enseñanza, sino la grafía compleja de las marcas de una práctica, la práctica de escribir.
Veo entonces en ella esencialmente al texto, es decir, al tejido de
significantes que constituye la obra, puesto que el texto es el afloramiento
mismo de la lengua, y que es dentro de
la lengua donde la lengua debe ser combatida, descarriada: no por el mensaje
del cual es instrumento, sino por el juego de las palabras cuyo teatro
constituye. Puedo entonces decir indiferentemente: literatura, escritura o texto. Las
fuerzas de libertad que se hallan en la literatura no dependen de la
persona civil, del compromiso político del escritor, que después de todo no es
más que un “señor” entre otros, ni inclusive del contenido doctrinario de su
obra, sino del trabajo de desplazamiento
que ejerce sobre la lengua: desde este punto de vista, Céline es tan importante
como Hugo, Chateaubriand o Zola. Lo que aquí trato de señalar es una
responsabilidad de la forma; pero esta responsabilidad no puede evaluarse en
términos ideológicos; por ello las fuerzas de la ideología han gravitado tan
escasamente sobre ella.” [LI, pp. 123-124]
En este fragmento puede leerse la irrelevancia de la literatura como medio;
privilegiando su dimensión textual. Literatura- texto- teatro en el que
se escenifica el juego de las palabras.
En tanto juego, ¿puede la literatura pensarse como fenómeno
fundamental de la existencia? ¿Cuáles estrategias escenifica tal juego de las palabras? ¿Cuáles son los
elementos de esta escenificación?
Barthes nombra, en tanto teatralización de
los signos en su disposición textual, tres fuerzas que la literatura escenifica:
Mathesis, Mímesis y Semiosis.
Mathesis
“[La literatura,] en la medida en que pone en escena al lenguaje
–en lugar de, simplemente, utilizarlo-, engrana el saber en la rueda de la
reflexividad infinita: a través de la escritura, el saber reflexiona sin cesar
sobre el saber según un discurso que ya no es epistemológico sino dramático.” [LI, p. 125]
Al tomar a su cargo muchos saberes, la
literatura imprime un carácter dramático a su discurso. No habla del saber, sino que le otorga diferentes lugares a las palabras, deslocalizando su uso habitual.
Del mismo modo, esta reunión de los saberes le otorga a la literatura un sello
profundamente realista, pero se trata aquí de un realismo que se funda en una
alusión indirecta de lo real puesto que los saberes convocados por ella no son
fetichizados o fijados. Por el contrario, los
hace girar, en un proceso de re-significación. Dicho de otro modo, permite
ver lo real bajo una luz nueva:
“[…] las palabras ya no son concebidas ilusoriamente como simples
instrumentos, sino lanzadas como proyectiles, explosiones, vibraciones,
maquinarias, sabores; la escritura convierte al saber en una fiesta.” [LI, p. 126]
Mímesis
La literatura busca representar lo real. Ante
la imposibilidad ancestral de hacer coincidir el carácter plural de lo real con
la unidimensionalidad del lenguaje, surge el texto como expresión de la
inadecuación entre signo lingüístico y referente. Imposibilidad e inadecuación
que implican una falla, una fisura que la literatura se empeña en llenar,
evidenciando así su profunda vocación utópica, su búsqueda histérica por la
palabra que dé forma a la argamasa que es lo real. Si la escritura se convierte
en una fiesta, ella deviene exceso (el barroco, por ejemplo) o parquedad (Mallarme)
En cualquiera de los casos, tendencia hacia un grado cero que borre la distancia insalvable que se encuentra en el
origen del lenguaje como modo de representación. En este sentido, su vocación
utópica es, a la vez, obcecación, persistencia ofuscada por dar forma, por
significar (en tanto dar signo), por
representar. Persistencia que, sin embargo, se entiende a la deriva, en la
medida que está consciente de lo imposible:
“Obcecarse significa afirmar lo Irreductible de la literatura: lo
que en ella resiste y sobrevive a los discursos tipificados que la rodean –las
filosofías, las ciencias, las psicologías-; actuar como si ella fuere
incomparable e inmortal. […] Obcecarse quiere decir en suma mantener hacia todo
y contra todo la fuerza de una deriva y de una espera.” [LI, p. 131]
Es esta obcecación como
deriva, a modo de afirmación de lo Irreductible, lo que implica, en la
literatura, su desplazamiento permanente, su escamotearle al poder los
múltiples mecanismos que éste despliega para adueñarse del goce. Obcecarse y
desplazarse, dice Barthes, “pertenecen en
suma y simultáneamente a un método de juego.” [LI,
p. 132]
Semiosis
La literatura otorga a los saberes nuevos
lugares al re-localizar las palabras en una operatoria de re-significación. Su
tendencia es andar a la deriva afirmando lo Irreductible contrariando el
sello servil y gregario que le impone el
poder en tanto ley del lenguaje (la lengua). De la profunda relación con el teatro, surge su “fuerza propiamente semiótica”: su
fiesta monta, en el escenario que es el texto, un juego de signos. En tanto
escenificación, estos signos actúan, dramatizan, las relaciones entre
significantes y significados, dado que el juego que es la literatura, no se propone como su tarea destruir los
signos del poder, sino engañarlos.
“[…] esta fuerza propiamente semiótica reside en actuar los signos
en vez de destruirlos, en meterlos en una máquina de lenguaje cuyos muelles y
seguros han saltado; en resumen, en instituir, en el seno mismo de la lengua
servil, una verdadera heteronimia de las cosas”. [LI, p. 133]
Las propuestas de la Lección
Inaugural muestran en qué medida la
literatura, recurriendo a los mismos mecanismos formales de la lengua
–entendida ésta como lugar del poder- escenifica un juego. Para el texto
literario, el juego es su principio rector y no la lengua: ante el imperio de
esta última, la literatura, consciente de la imposibilidad de una afuera de la lengua y del lenguaje en
general, no tiene más alternativa que jugar. No hay literatura sin juego.
4
En Diez
Lecciones sobre gramática, el poeta francés Emanuel Hocquard se propone situar las consignas que hemos recibido desde la
infancia, identificando así aquello que gobierna nuestro pensamiento. Tomando la estrecha relación entre gramática y moral , despliega estrategias de desmontaje del pensar gobernado
por la gramática, tomando como unidad de partida, el enunciado.
"La
enseñanza y el aprendizaje del lenguaje hablado y escrito está hecho de
entrenamiento y adiestramiento, en el sentido de: mostrar una cosa a alguien,
hacerlo enfrente de él o ella, decirlo delante de él o ella (imitará los gestos
de alguien, repetirá las palabras de alguien). El objetivo es aprender a seguir
las reglas. Nos ejercitan para seguir la regla forzándonos a aplicarla de una
cierta manera. Entrenamiento + adiestramiento permiten: 1. Interiorizar
(asimilar) la regla. (Aquello que hace posible pasar de la regla a su
aplicación no es ni una decisión ni una intuición, sino el hecho de que al
término del aprendizaje, la reacción a la regla es casi espontánea: 'obedezco
ciegamente a la regla'; 2. constituir un hábito (un conjunto de hábitos
comunes): todos contamos de la misma manera, todos nombramos tal objeto un
libro, todos decimos de los mismos objetos que son rojos, etc. Consecuencia:
'las reglas de nuestro lenguaje impregnan nuestra vida' (L.
Wittgenstein)."
Inscripción
del poder en la lengua y en el cuerpo. En Diario de un cuerpo, Daniel Pennac, escribe:
Lison está en la edad en que implica
a todo el cuerpo en el dibujo. Todo el brazo dibuja: hombro, codo y muñeca. Se
requiere toda la superficie de la página…Dibujo en expansión. Dentro de un año,
el aprendizaje de la escritura acabará con esa amplitud. La línea dictará su
ley. Hombro y codo soldados, muñeca inmóvil, el gesto se verá reducido a esa
oscilación del pulgar y el índice que exigen los minuciosos contornos de la
escritura. Los dibujos de Lison sufrirán esa sumisión a la que yo debo mi
calidad de ujier, tan perfectamente legible. Una vez que sepa escribir Lison
empezará a dibujar cosas pequeñas que flotarán en la página, dibujos atrofiados
como antaño los pies de las princesas chinas”.
Bibliografía
Barthes, Roland. Lección Inaugural. En: El placer del
texto y Lección Inaugural. Siglo XXI Editores. México D.F: 2007.
Faesler,
Carla: Dentro de la gramática duerme el
poder. El poema como instrumento de resistencia y crítica http://www.letras.s5.com/cf220507.htm
Hocquard,
Emmanuel: Tres lecciones de moral http://www.letraslibres.com/revista/poemas/tres-lecciones-de-moral
Lewis,
Carroll: A través del espejo, y lo que
Alicia encontró allí, capitulo 6 http://mapasdecostarica.info/alicia/a2/cap06.htmCarroll
Pennac,
Daniel: Diario de un cuerpo,
Barcelona, Random House Mondadori, 2012.
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