El teatro
preposicional
Marcelo Percia.
I.
El poder no sólo es el poder, sino los poderes que
hablan en nosotros como voces autorizadas, mandatos obstinados, ojos insomnes.
Hablan en nosotros, ¿cómo si sólo fuéramos muñecos inermes de un ventrílocuo?
Sí. Aunque
se verá enseguida: la subversión de los muñecos se llama arte, literatura,
filosofía, psicoanálisis, política.
Roland Barthes en la Lección inaugural (1977) recuerda que el poder
está en todos lados “en los más finos
mecanismos del intercambio social: no sólo en el Estado, las clases, los
grupos, sino también en las modas, las opiniones corrientes, los espectáculos,
los juegos, los deportes, las informaciones, las relaciones familiares y
privadas, y hasta en los accesos liberadores que tratan de impugnarlo…”.[1]
Para Barthes el poder es un parásito que anida, copula y
se reproduce en las formas que nos dan existencia. Aunque parásito no sólo significa aquí criatura que se nutre de otros
vivientes: el poder nos hospeda y contiene, a la vez que nos expulsa y vacía de
nosotros mismos.
Apunta en esa clase: “Aquel
objeto en el que se inscribe el poder desde toda la eternidad humana es el
lenguaje o, para ser más precisos, su expresión obligada: la lengua. El
lenguaje es una legislación, la lengua es su código. No vemos el poder que hay
en la lengua porque olvidamos que toda lengua es una clasificación, y que toda
clasificación es opresiva (…) un idioma se define menos por lo que permite
decir que por lo que obliga a decir”.
Las relaciones con los otros, antes que proximidades y
distancias deseantes, son posiciones a las que estamos obligados por la lengua. El poder obliga con la fuerza de la costumbre, con la presión de la mayoría,
con la naturalidad del sentido común. Pero esas obligaciones se presentan ante nosotros mismos como preferencias y
elecciones libres. El poder más sensual y acosador es el de la lengua materna.
Se lee en aquella exposición de 1977: “Hablar, y con más razón discurrir, no es,
como se repite demasiado a menudo, comunicar, sino sujetar: toda lengua es una
acción rectora generalizada (…) Pero la lengua, como ejecución de todo
lenguaje, no es ni reaccionaria ni progresista, es simplemente fascista, ya que
el fascismo no consiste en impedir decir, sino en obligar a decir”.[2]
Se pretende pensar, ahora, cómo las preposiciones, en
lengua castellana, nos conminan a elegir posiciones frente a otros a partir de
un repertorio relacional fijo y establecido. La naturalización es más efectiva
que la prohibición: el influjo de una lengua que hace pensar, sentir y decir
como si lo pensado, sentido y dicho brotara de un manantial interior.
Las preposiciones afirman acciones contundentes: estar ante o estar bajo o estar contra
o estar entre o estar sobre, son voces relacionales que no dudan, no vacilan, no
dan lugar a otros modos de conexión posibles. Estas fórmulas son responsables
de los estereotipos de enlace que abundan en nuestras vidas sociales. La lengua
prefigura modos de vinculación.
Así explica Barthes el problema en el que nos encontramos:
“Si se llama libertad no sólo a la
capacidad de sustraerse al poder, sino también y sobre todo a la de no someter
a nadie, entonces no puede haber libertad sino fuera del lenguaje.
Desgraciadamente, el lenguaje no tiene exterior: es un a puertas cerradas. (…)
A nosotros… sólo nos resta, si puedo así decirlo, hacer trampas con la lengua,
hacerle trampas al lenguaje. A esa fullería saludable, a esa esquiva y
magnífica engañifa que permite escuchar la lengua fuera del poder, en el
esplendor de una revolución permanente del lenguaje, por mi parte yo la llamo:
literatura”.[3]
Encerrados en el lenguaje, planeamos fugas con palabras.
La literatura es una astucia que hace trampas a la lengua con la lengua. El
motín de los muñecos que aprenden a hablar por su cuenta con la voz de otro.
Otras formas de obrar contra lo estructurado podrían ser la filosofía, el arte,
el psicoanálisis, la política. Siempre se trata de aventurarse hacia lo todavía
no pensado bordeando los límites de lo hasta ahora decible.
Astucia que no es habilidad para decir cualquier cosa,
sino ardid para escapar de las redes del lenguaje, deseo de pensar más allá de
lo previsto: pensar es des-anticipar
la estructura de la lengua.
Las preposiciones realizan
patrones que unen personas, inducen expectativas y trazan lógicas de
correspondencias. Lo que los estudios sobre grupos clasifican como roles,
liderazgos, redes de comunicación, configuraciones vinculares, no serían
posibles sin operaciones preposicionales.
El hablante no dice, como se cree, cosas con palabras
como si fuera libre usuario de la lengua, el hablante pone en escena, dramatiza
lugares prescriptos. El lenguaje nos habita, mucho antes de hablar, como
condición factible de enunciación.
No se trata de reprogramar operaciones preposicionales, ni de reeducar
o prevenir abusos de las partículas de enlace, sino de combatir contra las
formas inmovilizadas que rigen nuestras conexiones con los otros. Una astucia
para burlar al lenguaje con el lenguaje es la proliferación de sentidos: el
pensamiento como práctica de lo disruptivo, lo dispersivo, lo digresivo.
Barthes, en Escribir la lectura (1970), imagina un
lector que practica la dispersión (que se deja llevar por diferentes cosas que
llaman su atención) y que se expone a la diseminación (al rocío de innumerables
flujos de sentido). Piensa en un lector que no se opone a la energía digresiva
del discurso ni se resiste a la potencia disruptiva de lo que se insinúa como
superposición o simultaneidad.
La asociación
libre psicoanalítica, si no se reduce a un ejercicio de creatividad o de
ocurrencias más o menos ilícitas, podría ser una experiencia de des-asociación, des-relación, des-vinculación:
el prefijo des se coloca delante de
lo establecido para huir de lo impuesto.
El sentido es el fósforo que inicia el incendio de las
significaciones establecidas.
Piensa Barthes que las desdichas del capitalismo del
siglo diecinueve desencadenan las utopías modernas del lenguaje. La expresión
de Mallarmé cambiar la lengua y la de
Marx cambiar el mundo, dicen el mismo
deseo.
Por el momento, no se trata tanto de inventar nuevas
preposiciones como de advertir los territorios que cada una de ellas traza: el
deseo de en tender, pero no como el tener una idea clara de las cosas, sino
como tender hacia lo que vive fuera
de la claridad. Nuestra cultura sigue llamando oscuro a lo todavía no pensado.
II.
Las literaturas comparadas dan idea de los tumultuosos
mundos de las lenguas. Alborotos y asonadas de la diversidad que permiten
entrever que lo posible siempre se agita en los límites de lo conocido.
El escritor inglés Lafcadio Hearn (1901), que tras
enseñar literatura inglesa en la
Universidad de Tokio se hizo, en 1896, súbdito del Imperio
Japonés, dejó una obra curiosa. Se destacan sus versiones de los kwaidan o cuentos fantásticos japoneses,
que compone según fuentes orales y textos antiguos. Hearn advirtió, en su
experiencia de traducción, que cada lengua obliga
a la representación de un mundo. Relata que estudiantes japoneses tenían
problemas para comprender un verso de Tennyson que -para él- era claro y
sencillo (She is more beautiful than day,
ella es más hermosa que el día). La
analogía entre la belleza del día y
la belleza de una mujer lastimaba la
sensibilidad de esos jóvenes que percibían en esa relación la violencia y discriminación de la comparación. Observa
que figuras retóricas de la lengua occidental (esos automatismos que nos
constriñen a ciertas formas de subjetividad) resultan incomprensibles en una
lengua cuyos sustantivos no tienen género, sus adjetivos carecen de grados de
comparación y sus verbos no requieren de personas. Tanto las tendencias de
designar a la naturaleza en términos masculinos o femeninos como la
personificación del mundo, son certezas naturalizadas que hieren al mundo. En las
lenguas orientales, como el japonés, los adjetivos siempre tienen un sentido
reflexivo (para mí): la frase esta flor es hermosa significa esta flor es hermosa para mí. Esas
presencias y ausencias deslumbraban a Hearn como fugas inesperadas que excitan su
imaginación.
III.
El lenguaje impone sus gramáticas, las reglas de
formación y producción de discursos posibles sobre nosotros mismos.
Subjetividad es el malentendido de los hablantes que
creen que lo que piensan y sienten les pertenece como decisión propia de tener
tal o cual existencia.
La gramática es materialidad y contundencia de la
productividad de la lengua. Las sociedades actuales y los modos de relación
humanos son construcciones encarnadas en nuestras
lógicas gramaticales.
La lengua no sólo sugiere nombres para adosar a las
cosas, impone posibilidades escénicas entre los hablantes. No se trata de un
instrumento o herramienta de comunicación, sino de una fábrica de relaciones
sociales y representaciones personales. Las relaciones
sociales y las representaciones
personales percuten pensamientos con golpes y rebotes repetidos,
reverberaciones que tallan la emergencia de lo mismo. [4]
Subjetividad es, también, estado de tensión
preposicional.
Lo preposicional es el ímpetu relacional de la lengua
que organiza subordinaciones entre los vivientes, las cosas del mundo, los
vientos y las constelaciones celestes.
Cada preposición no sólo describe una posición entre
términos, sino que instruye modos de relación.
A las preposiciones se las llama “palabras relacionales” y “partículas
de enlace”, podrían considerarse -también- pegamentos semánticos que sirven para sostener patrones de
significación.
Las preposiciones (a/ ante/ bajo/ cabe/ con/ contra/ de/
desde/ en/ entre/ hacia/ hasta/ para/ por/ según/ sin/ sobre/ tras) son
palabras que trazan órbitas prescriptas.
Se suele designar al término modificado por la
preposición “palabra afectada”. En la
expresión una casa de madera, la
preposición de avisa que el término casa está afectado por el término madera. Sin embargo, como veremos, la
preposición afecta a ambos términos.
Afecta no sólo quiere decir que los
relaciona entre sí o que los posiciona uno respecto del otro, sugiere que la
existencia es una serie de acoplamientos felices y desgraciados. La afectación no se reduce a la influencia,
a la implicación, a la contaminación o al contagio. La afectación es la experiencia que produce lo que cada uno cree que
es: un conjunto de enlaces relacionales que configuran la representación y la
memoria de sí.
La preposición relata la existencia como enlace
relacional posible.
En lengua castellana, la forma de afectación
predominante, ¿es la de la subordinación?[5]
IV.
Supongamos un hombre y una mujer puestos en distancia y
proximidad uno con otro, ¿cuáles son los modos posibles de afectación
preposicional?
Si desplegamos
algunos verosímiles preposicionales entre Juan
y Juana, a partir de un conjunto
reducido de acciones, podemos componer las narrativas que la vida gramatical
prescribe para esa relación y veremos cómo el régimen de afectación insinuado
por los juegos preposicionales designa posibilidades para cada uno y
configuraciones previsibles para los dos.
Los enunciados
presentados podrían invertir o cambiar el orden de la subordinación a la manera
en que lo hace Mark Twain en el Diario de
Adán y Eva. El lenguaje produce subjetividad, pero la subjetividad navega
en el malentendido que, a su vez, rompe la cabeza del lenguaje.
Juan habla a
Juana
porque ella es la destinataria de sus palabras o quiere que la muchacha le
preste atención. Juan está a kilómetros
de Juana porque vive lejos de ella o duerme con la chica sin percibirla. Juan salió a recibirla porque la
esperaba o porque es educado. Juan desea a Juana porque se siente atraído por el misterio de la
joven. Juan hace el amor a Juana
porque la chica lo excita, pero no sabe si ella le corresponde o está pensando
en otra cosa. Juan dedica su vida a Juana
porque siente en ella su complemento ilusionado. Juan vive a Juana porque se abusa de su generosidad. Juan está a la derecha de Juana porque
la muchacha tiene ideas más audaces y libertarias. Juan comenzó a enjuanarse porque la joven se volvió su único verbo
y todo tuvo sabor a la muchacha y así
anda condenado a ella o propenso a su mirada.
Las
preposiciones marcan precedentes: designan, precisan, denotan significaciones
que se resisten a otros posibles estallidos del habla. Tal vez la expresión comenzó a enjuanarse sea una astucia
preposicional.
Jean-Luc
Nancy (1999), a propósito del estar en comunidad, escribe: “‘Cum’ es algo que nos expone: nos pone los unos frente a los otros, nos entrega los unos a los otros, nos
arriesga los unos contra los otros y todos juntos nos entrega a lo que Espósito
(el bien llamado expuesto) llama, para concluir, ´la experiencia´: la cual no
es otra cosa sino la de ser con…”.
Algunas
preposiciones desnudan al hablante: la exposición llama al otro como límite posible
de una acción desbordada.
Juan
habla ante Juana porque la joven es tan imponente que el
muchacho actúa como si estuviera frente a una diosa o delante de un superior. Ante es la preposición de la solemnidad
y de la complacencia con el poder. El ante
todos (igual que el frente a todos)
es el enunciado inhibitorio y responsable de las situaciones de grupo. Ante los otros es la expresión de la
entrega de sí, el riesgo y, también, la exposición.
La preposición ante demanda la presencia de un Dios, de
una Autoridad, de un Absoluto. Tal vez sea Kafka quien más puso a la vista que el
enlace solemne solicita un absurdo que, al final, se presenta como ausencia.
Uno de sus cuentos, que se llama Ante la
ley (Vor dem Gesetz), relata la
historia de un campesino que pasa su vida frente a la puerta de la Ley custodiada por un enorme
guardián que desalienta su intención de entrar. En Ante la ley se entrevé la vida como existencia desamparada ante un
vacío o ante la larga espera de nada.
Kafka describe
la dictadura de las formas que establecen formas que representan algo en donde,
si no, hay nada. La estructura de una lengua es la burocracia del pensamiento: con
esa restricción clasificatoria hablamos entre nosotros, hacemos el amor y
proyectamos el futuro. Entre la ley de Moisés y la ley de Kafka padecemos la ausencia de Dios. Desde
entonces, vivir es estar ante una multiplicidad de vacíos (el vacío de si, el
vacío del otro, el vacío de fundamento) que llenamos con ilusiones de
autoridad. Tal vez en la preposición ante
lo velado sea la muerte: la ilusión de una superioridad exenta de muerte o
debilidad que calme el desamparo.
Las
preposiciones son precauciones de las formas que se apresuran por significar lo
que, si no, estallaría como sentido inesperado: la vida ante la nada, la vida sin una meta trascendental, ni consagrada a
una ideal ni sagrada para la sociedad.
La lógica
preposicional del ante el Otro como más que uno (personaje venerado,
admirado, temido) prepara la construcción de su opuesto: el otro sin más o menos que
uno, el otro excluido de lo sagrado, el otro de lo que Agamben llama la vida desnuda, la nuda vida, una vida que cualquiera puede matar.[6]
El ante el porvenir como vacío deseado y
como potencia de habitar lo todavía no habitado nos vuelve tan semejantes como
el ante la muerte: la experiencia de
ser uno más entre todos los que
rodeamos la nada.
Se puede pensar
la clínica de las psicosis como espacio de interrupción
del ante lo absoluto, para que pueda irrumpir la alteridad como fragilidad o
plenitud fracasada: como presencia de otro que no puede, que puede no poder,
incluso que puede sin poder.
Juan
habla bajo la mirada de Juana porque vive sometido a la
muchacha, depende de su autoridad o anda amparado en su poder. Juan está bajo las órdenes de Juana
avisa que se encuentra detrás de ella en jerarquía o mando. Juan está bajo la influencia de Juana, que
la chica lo domina o que él hace todo lo que ella quiere. El actuar bajo presión o emoción violenta son
figuras que atenúan la autonomía de la voluntad. Bajo el influjo del otro es el enunciado de la fascinación y la
sugestión.
Bajo es
la preposición de la sujeción y el acatamiento relacional. Incluso de la
cobardía que esconde la cara bajo un
disfraz.
A veces, en las
preposiciones que él utiliza, ella interpreta adjetivos: “Tengo todo bajo control”, dice él. “¿Bajo control?”, pregunta ella. “Bajo control”, confirma el muchacho. “Bajo control, también, se escucha como escaso o poco control”,
comenta ella mientras se despide.
Juan habla con
Juana
porque entre ellos hay confianza y reciprocidad. Con es la preposición de la compañía, la colaboración, la igualdad.
Juan cuenta con Juana porque sabe que
ella lo va a ayudar siempre. Juan hace el amor con Juana porque se da
cuenta de que la muchacha también lo hace con él. El estar con describe la experiencia de la intimidad y la del alivio de la
soledad: estar con uno mismo y estar con otros.
Heidegger en Ser y Tiempo (1927) traza la idea de un
sujeto no individual o de una existencia singular en estado plural a partir de
una particular enunciación preposicional: ser-en-el-mundo
(Dasein) o ser-con (Mitsein). Lo
mismo ocurre con la expresión ser-para-la-muerte
como condición ontológica de la existencia. Para Heidegger el ser con no es consecuencia de la experiencia social, sino
condición de existencia.
Se podría leer Ser y tiempo como un tratado de análisis preposicional. Heidegger
violenta las estructuras relacionales, trastoca los enlaces prefigurados, para
pensar otro modo de existencia del ser. El ser, para Heidegger, habita lo
preposicional, se presenta como ser en el
mundo con otro.
Cuando piensa el
ser ahí como ser en el mundo, los términos ser
y mundo intervenidos por la
preposición en configuran un
concepto, una estructura del ser o existenciario. Heidegger no describe una
relación espacial o una función posible entre otras, sino una experiencia única:
no se trata del ser puesto en un espacio o en una vinculación, sino de una
ontología existencial en la que ser en el
mundo es una sola idea compuesta por instancias inseparables.
Heidegger piensa
un sujeto singular que es a la vez plural. El ser no está dentro del mundo ni el mundo lo circunda
como contexto, circunstancia o situación. El modo del ser es ser en el mundo como condición
inseparable: habitar el mundo es habitarse.
Heidegger
suspende el enlace gramatical predeterminado por las preposiciones: las deja
caer en el vértigo conceptual, las obliga a desdecirse, las escucha decir otras
cosas. Practica la astucia de habitar la preposición antes que obedecer sus
previsibles direcciones relacionales.
Así presenta el ser ahí con: “La dilucidación del ‘ser en el mundo’ mostró que no ‘es’
inmediatamente, ni jamás se da un mero sujeto sin mundo. Ni por lo tanto a la
postre tampoco se da inmediatamente un yo aislado de los otros”. No se
encuentra con los otros en el mundo
sino que es en el mundo con otros
como condición existencial que se le adelanta o que lo anticipa como existencia
que se da así. Anota: “es inherente al
ser del ‘ser ahí’ el irle en su ser mismo el ‘ser con’ otros”.
El ser con otro no es lo mismo que ser uno con otro, Heidegger considera
que esta última proposición no es la de la condición existencial, sino la
fórmula de una relación -deficiente e indiferente- en la que uno procura algo a través de otro. Escribe: “El ‘ser uno para otro’, ‘uno contra otro’, ‘uno sin otro’, el ‘pasar
de largo uno junto a otro’, el ‘no importarle nada uno a otro’ son modos
posibles del ‘procurar por’. Y justo los modos últimamente nombrados, de la
deficiencia y la indiferencia, caracterizan el ‘ser uno con otro’ cotidiano y
del término medio”.
Las preposiciones
con y en pueden ser cómplices de la conformidad y también artificios de
una fuga, pueden enclaustrar obligando a conformarse
en una forma y pueden posibilitar un en- con-
trarse.
Lo mismo si
inventamos otras expresiones: ensoledado
podría sugerir no sólo que alguien está solo, sino que habita su soledad o que
se da en soledad. [7]
Juan
habla contra Juana porque la ataca, la desaprueba, la
persigue, la rechaza. Contra es la
preposición de la lucha, del obstáculo y de la crítica. Juan va contra Juana porque decidió declararle la guerra o vive
obsesionado por perjudicarla o por vengarse de ella. La experiencia del estar en contra es también la vivencia
del mundo social como combate racionalizado y atemperado. La comunidad misma se
podría pensar como unidad forzada de los contrarios. El estar en contra es
también una de las razones fundacionales de los grupos: nosotros contra ellos.
La experiencia
del estar en contra de hace, según
Hobbes, a la gramática que rige la vida social que el Leviatán tiene la misión de atemperar. Si el hombre es el lobo del hombre, el Estado deberá ser el gran Lobo
regulador de todos por igual. Escribe Espósito (1998) en un párrafo en el que
cita a Hobbes: “Por ello los hombres
están esencialmente ‘en contra’: desde siempre y para siempre ‘en posición de
los gladiadores que se apuntan con las armas y se miran fijamente’. Se
encuentran en el combate, se relacionan en la violencia, se enfrentan a través
de la muerte”.
Juan
habla de Juana: le cuenta a alguien que conoció a la chica, que
ella le gusta, pero que le pareció caprichosa. Juan es el novio de Juana, denota que el muchacho le pertenece y
que, tal vez, ella lo muestra como trofeo: la relación de posesión y propiedad
como laconismo preposicional. Juan está
fuera de sí es el aviso del desborde y del exilio del yo.
La preposición de participa de la naturalización de las
relaciones amorosas como relaciones de apropiación del otro.
Juan
habla desde Juana: que toma a la chica como punto de despegue
para sus ideas o que él es otro a partir de que la conoció. Desde Juana, no está con nadie, porque
después que ella lo abandonó no supo ni quiso acercarse a otra mujer.
Juan
habla en Juana porque cuando ella se expresa se escucha el modo
que tiene él de decir las cosas, como si la chica lo llevara dentro de ella
misma. Juan piensa en Juana porque la
tiene en cuenta o se preocupa por saber lo que a ella le pasa. Juan se especializa en Juana es la
proposición de la desmesura del muchacho que dedica su vida a comprenderla. El Otro habla en mí es el enunciado del
sujeto dividido, sujetado, exiliado de su soberanía. Juan, Juana, Pedro y María tienen algo en común es una de las
fórmulas de la cercanía y de la idea de comunidad. La ilusión de tener algo en común suele ser un modo de suavizar
la soledad y enfrentar la muerte.[8]
Juan
habla entre Juana: como si se dijera que Juan habla entre las palabras de Juana,
que se expresa mezclándose con lo que ella dice. Juan está entre Juana y María indicaría que no se decide por
ninguna. Juan habla entre Juana y María
con Gladis parece un enunciado sacado de Boquitas Pintadas de Manuel Puig, que expresaría que entre una y
otra tiene un noviazgo con una tercera. Pero si entre es la preposición de la mezcla y la indecisión, es también la
preposición que sondea el misterio de la proximidad: Entre él y ella pasa algo, designando la magia de la complicidad o
la enemistad. Entre nosotros es uno
de los modos de enunciación del estado de grupo y entre nosotros es también contraseña de la conversación íntima, de
la opinión protegida, de la reserva amistosa o del comentario sincero y picante
respecto del ausente.[9]
Dice Gombrowicz
a propósito del efecto de lectura en un grupo: “Comprobaba en estos jóvenes que había tocado puntos de lectura
sensibles y críticos, y a la vez veía cómo ese ardor que, aislado en cada uno
de ellos, no hubiese durado a lo mejor mucho, empezaba a consolidarse entre
ellos por efecto de una excitación y una reafirmación recíproca”.
Gombrowicz
piensa el entre ellos como escenario
de una excitación y reafirmación recíproca de un ardor deseante: entre es la preposición del fuego de los
grupos.
La puesta en
cuestión de la identidad como propiedad autónoma de sí es uno de lo efectos del
pensamiento de Nietzsche. Desde entonces, se piensa subjetividad como
acontecimiento entre y la mismidad
como experiencia de promiscuidad preposicional: con, desde, en, entre,
el otro. Nietzsche insiste en hacer oír algo que todavía no es fácil escuchar:
la presencia de lo extraño en uno y
de la extrañeza como lo inaferrable entre
uno y otro.
En uno de los
poemas de La rosa de nadie (1963),
Paul Celan dice: “…y, a veces, cuando /
sólo la nada estaba entre nosotros, nos encontramos / uno al otro totalmente”.
Para Celan la nada entre nosotros es
el enunciado de la plena cercanía y proximidad sin fundamento. Un vacío que
florece sin razón ni objeto entre uno
y otro.[10]
Juan
habla hacia Juana: que se dirige a ella con la pretensión
de llegarle con algo de lo que está diciendo. Juan va hacia Juana, con el objetivo de conquistarla o con la
intención de enfrentarla o, también, porque cada vez se acerca más a lo que la
muchacha quiere escuchar, como atraído por una especie de miel.
Juan
habla hasta Juana como si la voz de él alcanzara a oírse
hasta la posición en la que se encuentra ella o porque el muchacho decidió de
una larga lista de personas conversar con las que figuran antes que ella o tal
vez porque el chico simplemente habla hasta que llegue el turno de la chica.
Juan
habla para Juana, sólo espera ser escuchado por ella,
habla con el objetivo de encantarla y conocerla.[11]
Juan
habla por Juana: en lugar de ella o en su
representación a raíz de algo que ella le dijo o le pidió o porque es chiquita
y tiene que cuidarla. Juan brinda por
Juana, para desear su felicidad o porque siente alegría de estar con ella. Juan vota por Juana cuando la elige como
delegada o mejor compañera. Juan está por
Juana porque ella lo invitó o lo prefiere o porque a él sólo le interesa
estar cerca de la muchacha. Juan lo mató
por Juana porque ella se lo ordenó o a consecuencias de que se volvió loco
de celos.
Suele escucharse
una expresión en la que la preposición por
avisa que alguien dice algo por otros
(Juan habló por todos), de allí
derivan observaciones de Enrique Pichon Riviere que distinguen entre portavoz, emergente y cronista. Si
el portavoz presta su voz para hacer
escuchar algo que se dice callado en otros como si los representara o como si
se ofreciera para expresar lo todavía no representable en los demás; la idea de
emergente alude a que lo que se dice,
siempre se dice por influjo de la situación; mientras la palabra cronista no sólo transporta la acción de
hablar por otros, sino la decisión de
narrar para otros.
Juan
habla según Juana porque se manifiesta conforme a lo que
ella piensa o porque valora mucho los conocimientos que le atribuye o porque
que la responsabiliza de lo que él dice o porque habla cuando la chica se lo
permite. Cuando alguien afirma que Según
Juana, Juan habla se escucha que, de acuerdo a lo que piensa la mujer, ese
modo raro y confuso que él tiene de expresarse es hablar. Mientras que la
expresión Juan, según Juana, avisa
que tendremos noticias del chico desde la perspectiva de la muchacha. Según es la preposición de la versión y
el testimonio (La pasión según san Juan)
y según es preposición que se hace
cargo de atemperar y relativizar la afirmación de una verdad.
Juan
habla sin Juana: sugiere que el chico no depende de la
chica para hablar o que no le hace falta su presencia o que precisa que no esté
para animarse a una comunicación franca y abierta. La proposición Juan está sin Juana insinúa que la
extraña o que la necesita o que ella se fue unas horas o de viaje por muchos
meses o que él le pidió tiempo para pensar o que ella se cansó de que se comporte
como un chico o que, al final, se separaron.
Juan
habla sobre Juana: la expresión avisa que el personaje de
la proposición dice algo acerca de la chica como si tuviera algún saber, el
enunciado Juan está sobre Juana
expresa dominio y autoridad o, si no, altura o ubicación o, también, que el
muchacho la acecha, la persigue, la vigila, la protege.
Juan
habla tras Juana porque interviene si ella le deja
tiempo para tomar la palabra o porque suele completar todo lo que ella dice. La
proposición Juan vive tras Juana
lleva a pensar que se oculta detrás de ella o que se protege en ella o que vive
tapado o anulado por la fuerte personalidad de la muchacha. Juan va tras Juana sugiere que la sigue,
que la imita, que la desea, que desconfía de ella o que su inteligencia es
inferior a la de la chica o que ella es más rápida o sabe mejor que él qué es
lo que quiere. Juan tras Juana
anuncia cómo fue la vida del muchacho después de esa mujer. Tras Juana, vino María o Tras Juana vino la soledad, son otras
posibles narrativas de ese acontecimiento de enlace.
Tras es
una preposición que participa (igual que otras) de voces compuestas o en forma
de prefijo[12].
Bataille (1943) desliza la palabra trasvases
que no es sólo un modo de enlace o conexión sino el fluir líquido de una
afectación, escribe: “Mas allá, tu vida
no se limita a ese inaprensible fluir interior; fluye también fuera y se abre
incesantemente a lo que corre o brota hacia ella. El torbellino duradero que te
compone choca con torbellinos semejantes con los que forma una vasta figura
animada con una agitación mesurada. Pero vivir significa para ti no solamente
los flujos y los juegos huidizos de luz que se unifican en ti, sino los
trasvases de calor o de luz de un ser a otro, de ti a tu semejante o de tu semejante
a ti (incluso en este instante en que me lees, el contagio de mi fiebre que te
alcanza): las palabras, los libros, los momentos, los símbolos, las risas no
son sino otros tantos caminos de ese contagio, de esos trasvases. Los seres
particulares cuentan poco y encierran inconfesables puntos de vista si se
considera lo que cobra movimiento, pasando del uno al otro”.
Las
preposiciones son (como se dijo) partículas relacionales, pero una relación es
una frontera, una especie de aduana de registro e instrucción. Los trasvases de Bataille expresan
movimientos e intensidades indocumentadas.
V.
Imaginemos un
juego de grupo: cada participante elige una preposición, luego de
familiarizarse con ella, representa escenas con otros restringiendo su
posibilidad de enunciación al empleo de esa única preposición. Se invita a dos
personas a hacer una escena, sólo se les consigna que son una pareja de muchos
años.
Ella: Tu madre y
vos complotan contra mí
Él: Por ella no te preocupes.
Ella: Siempre
fuiste mi contra.
Él: Te juro por mi madre que te quiero.
Ella: Me querés
contra mí misma.
Él: Todo lo hago
por vos
Ella: ¡Contra!
Él: ¡Por!
Ella: ¡Contra! Sos un hipócrita.
Él: Por Dios, razoná: si no lo hacés por mí, hacelo por nuestros hijos.
Ella: También
ellos están contra mí
Él: Por tu paranoia, estamos así.
Ella: Me
defiendo contra tu odio.
Él: Por mí, hacé lo que quieras.
VI.
La palabra viva
supera toda previsión. La lengua hablada, a veces, hace hablar a la lengua más
allá del lenguaje y sus reglas. El enunciado Juan habla a Juana describe una acción del muchacho sin contar la
infinidad de sentidos que estallan en una voz hablada. Juan habla a Juana con miedo, amor, desinterés, ternura, violencia,
seducción y Juan habla a Juana como
con una sombra, un fantasma o una criatura intervenida por sus sueños.
La misma
afirmación relacional, a veces, sabe poco y nada de los innumerables flujos de
sentido que copulan en el mundo de los hablantes.
Bibliografía.
Agamben, Giorgio. Homo Sacer: El poder soberano y la nuda vida.
Austin,
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[1] En 1977 no hubiera
sido posible escuchar en Buenos Aires, con las Universidades intervenidas por
la dictadura y sus profesores desparecidos o exiliados, esta clase inaugural.
[2] La
idea hace complicidad con el pensamiento de Foucault para quien el poder antes
que reprimir conductas, produce subjetividad o fabrica personas a su medida. En Una introducción a la vida no
fascista, prólogo que escribe para una reedición de El Antiedipo, Foucault ubica al fascismo como enemigo: “Y no solamente el fascismo histórico de
Hitler y de Mussolini -que tan bien supo movilizar y utilizar el deseo de las
masas- sino también el fascismo que existe en todos nosotros, que habita en
nuestros espíritus y está presente en nuestra conducta cotidiana, el fascismo
que nos hace amar el poder, desear esa cosa misma que nos domina y nos explota.
(…) ¿Cómo hacer para no convertirse en fascista cuando (sobre todo cuando) se
cree ser un revolucionario? ¿Cómo librar del fascismo nuestros discursos y
nuestros actos, nuestros corazones y nuestros placeres? ¿Cómo arrancar ese
fascismo incrustado en nuestro comportamiento? Los moralistas cristianos
buscaban las huellas de la carne que se habían introducido en los repliegues
del alma. Deleuze y Guattari, en cambio, están al acecho de las más ínfimas
partículas de fascismo en el cuerpo”. Y concluye reivindicando la potencia
crítica del humor y el juego: “allí
donde, sin embargo, ocurre algo esencial, algo tremendamente serio: el acoso de
todas las formas de fascismo, desde aquellas, colosales, que nos rodean y nos
aplastan, hasta las formas más pequeñas que instauran la amarga tiranía de
nuestras vidas”.
[3] En la cita se hace
referencia (“Desgraciadamente, el
lenguaje no tiene exterior es un a puertas cerradas…”) a la obra de Sartre
(1944) A puerta cerrada.
[4] Para los enunciados preposicionales caben las
observaciones que Austin (1955) hizo para los enunciados performativos: son expresiones que no sólo describen una
posición sino que la realizan como actos del habla, como emanaciones de la
lengua.
[5] La reflexión de
nuestro tiempo está arraigada en el poder del lenguaje: su condición productora
de subjetividad. Si para Wittgenstein (1918), por citar una referencia, el mundo
tal como lo pensamos no es lo que percibimos sino lo que un conjunto de
proposiciones lógicas nos hace pensar, la representación de las relaciones
personales que tenemos no son las que creemos decidir, sino las ya decididas en
el conjunto preposicional que nos hace hablar. Cito dos enunciados de Investigaciones filosóficas (1953) que
preparan el pasaje de lo referencial a lo relacional. Una pertenece al punto 49
y dice así: “Nombrar y describir no están
por cierto a un mismo nivel: nombrar es una preparación para describir. Nombrar
no es aún en absoluto una jugada en el juego del lenguaje, como tampoco colocar
una pieza de ajedrez es una jugada en el ajedrez. Puede decirse: Al nombrar una
cosa todavía no se ha hecho nada”. La otra es el punto 371 que dice: “La ‘esencia’ se expresa en la gramática”.
[6] La referencia
recuerda el texto de Giorgio Agamben Homo
Sacer: El poder soberano y la nuda vida.
[7] La idea de paradoja en la
clínica de Winnicott se aproxima a esta construcción de conceptos
preposicionales: estar sólo en presencia
de otro no es una circunstancia vincular: la soledad en cercanía no es una descripción de la relación del
niño con su madre, sino la experiencia de la existencia como mismidad habitada
por otros. Así mimo, recuerdo la expresión falta
en ser de Lacan, también allí la proposición presta servicios a un concepto
que intenta despegar el problema de la demanda del de la necesidad. Se trata de
una falta que no es de una cosa, una carencia que no se postula para su
cancelación; configura una carencia no carente, una carencia que es promoción
de una potencia.
[8] La preposición en participa en la traducción de ideas
de Aristóteles presentes en expresiones como “ser en potencia” y “ser en
acto” empleadas para pensar procesos de cambio o transformaciones de lo que
es. Incluso podría considerarse la
preposición de la ilustración: está presente en la distinción que hace Kant
entre “la cosa en sí” y “el mundo en sí”, entre lo que no
podemos conocer o el mundo de la
experiencia imposible y el mundo que podemos conocer o el mundo de la experiencia posible. Ese mismo trabajo preposicional
es el que recupera Lacan para distinguir entre la caída en lo real (existencia
sin representación) y el malestar con la
realidad (mundo simbolizado).
[9] Entre nos: causeries de los jueves
(1889-1890) es el título afrancesado con que Lucio V. Mansilla reunió sus
artículos conversacionales sobre literatura y política. En el terreno de las
discusiones recientes sobre subjetividad, Emmanuel Lévinas piensa el entre nosotros como emergencia del sujeto ético.
[10] El poema dice más
adelante: “Una nada / fuimos, somos,
seremos / siempre, floreciendo: / rosa de nada, / de Nadie rosa”.
[11] Sartre (1943)
retomando ideas presentes en Heidegger también traza una ontología
preposicional de la existencia humana a través de conceptos como los de ser en sí, ser para sí, ser para otro.
[12] Cabe mencionar a
las locuciones preposicionales que
combinan éstas partículas de enlace con otros vocablos como a través de, en torno a, en pos de o a pesar de.
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