1.
El mapa como método
“Nosotros,
los de entonces, ya no somos los mismos.” La velocidad infinita de las
partículas de “nuestro” cuerpo y de “nuestro” mundo nos hace diferentes de
nosotros mismos en cada punto del devenir temporal en el que estamos
embarcados. Cambiamos, como el río de Heráclito, en la fugacidad irreversible
de dos instantes sucesivos. La mutación no es sólo material, las vertiginosas
velocidades de nuestros pensamientos demandan asimismo un poco de “orden”.
Ambas –mutaciones materiales y velocidad de pensamiento– necesitan buscar algún
modo de ser fijadas. Se aspira a un dique que contenga el caos, que inmovilice
la velocidad, que objetive una porción de realidad en una imagen, en un relato,
en un escrito, en un libro. También se reclaman ideas; por ejemplo, la idea de
“sujeto” o de “objeto”, como si una pudiera existir sin la otra, como si el
mundo y nuestras subjetividades fueran realmente identidades en sí mismas, como
si alguien o algo pudiera ser sin otro, sin lo otro, sin los otros. Y como si
la otredad pudiera ser sin uno, sin lo mismo. Es decir, sin identificación de
uno mismo y del afuera con cierta permanencia temporal.
Pues
pensamos e interactuamos con el afuera desde algo a lo que llamamos
sujeto, y sobre algo que llamamos objeto. Uno y otro operan como totalidades
significantes. Un libro también es una totalidad significante.
Gilles
Deleuze y Felix Guattari consideran que un sujeto no es el autor de un libro
(si bien aquí, para entendernos, seguiremos llamando “autor” a quienes firman libros).
El autor no existe como sujeto pues su obra se construye en el cruce de
partículas materiales, temas, exterioridades, relaciones entre lo micro y lo
macro e interacciones entre lo consciente y lo no pensado.
Multiplicidades
que interactúan para lograr una obra que comprendemos como entidad. Pero un
libro se produce entre diversas intensidades y se concentra en líneas
de articulación entre tema y tema, entre capítulo y capítulo, entre
distintas formas de abordaje; segmentariedad entre bloques
significativos diferentes atravesados por algún sentido compartido, y estratos o
conformaciones sedentarias como opuestos al movimiento, a lo nómada; los
estratos constituyen la materialidad significativa del libro.
Las
líneas de articulación, los segmentos y los estratos configuran planos de
inmanencia. Al ras del suelo, sin fundamento y sin “firmamento”. Sin trascender
a un origen metafísico ni a un fin último.
La
muralla china se construyó por segmentos que, al encontrarse, se articularon
formando estratos y finalmente una unidad, material y significante. La muralla
es consistente e inmanente. Algo semejante –salvando las magnitudes– ocurre en
la configuración de un libro. La segmentareidad está compuesta por los subtemas
contenidos en cada estrato. El Quijote es una máquina abstracta. Cada
capítulo tiene conexión con otro y con el todo; pero también puede leerse por
sí mismo, por segmentos. Los segmentos a su vez están compuestos por
“partículas”: Sancho, Rocinante, Dulcinea, Alfonso Quijano, las doncellas y así
sucesivamente. Estos elementos se visten con lo “objetual” del libro: tapa,
título, autor, encuadernación, hojas impresas, que permite reconocer a un libro
como tal. Su contenido opera como mapa que indica recorridos posibles, caminos
para alcanzar ciertas metas (estéticas, científicas, teóricas, entre otras).
1.1.
Territorialidad
A veces
la naturaleza nos regala el espectáculo de una escuadrilla de aves migratorias
que avanzan más acá de las nubes. Llevan sus largos cuellos alzados hacia el
frente y sus patas echadas hacia atrás. Entre todos dibujan una V. Sus cuerpos
alineados se proyectan esbozando una punta de flecha expandida. Las aves se
enredan y desenredan reconstruyendo sin cesar la figura señera. Cada vez cubren
una extensión más amplia de la bóveda celeste. Esporádicamente aparece un
pájaro solitario u otro grupo de aves. Se cuidan muy bien de no invadir el
territorio marcado por el conjunto con forma de flecha.
Esa
coreografía natural es material, pero el diagrama es formal. Respondiendo a ese
diagrama instintivo, las aves construyen figuras que nuestros propios diagramas
mentales designan como “V”, “ángulo agudo” o “punta de flecha”. El dibujo sobre
papel de un ángulo es también materialidad dispuesta en un territorio. Resulta
evidente que utilizamos el mismo término –territorio– tanto para designar el
diagrama abstracto como su concreción material.
La
territorialidad, en el discurso de Deleuze, refiere a una configuración
abstracta. No en sentido metafísico o al menos no en el sentido tradicional de
metafísica, como algo que existiera más allá de lo físico y pudiera ser captado
por nuestro intelecto en forma de conocimiento verdadero. Territorialidad es
una metáfora para designar el “espacio” en el que se producen los movimientos
del pensamiento, la circulación de intensidades deseantes y los impulsos
humanos y no humanos. Es el soporte formal (o lógico no binario) que configura
el sentido y posibilita el acontecimiento. El diagrama o agenciamiento –algo
similar a lo que Foucault (1989a) denomina “dispositivo”– a pesar de no poseer
materialidad opera sobre lo real. Es como si la materialidad “respondiera” al
mandato de la configuración territorial en la que se inscribe, a una maquina
abstracta. Deleuze analiza también territorialidades materiales. Veamos cómo se
conjugan en la analítica de un libro.
Por las territorialidades de
un libro circulan intensidades literarias, filosóficas, científicas. Cada
disciplina delimita territorios. No obstante, existen pasajes de un territorio
a otro que, a veces, se convierten en líneas de fuga. Producen desterritorializaciones: una
poesía surgiendo en un libro teórico, una metáfora con valor estético
irrumpiendo en un tratado científico, una fórmula matemática que sorprende en
una novela.
Un
libro es un agenciamiento maquínico compuesto por líneas,
velocidades, densidades. Los estratos lo convierten en un organismo, una
complejidad que persigue fines “objetivables”. Los estratos, como se vio,
conforman la exterioridad de una obra. Es aquello que se muestra, que otorga
una forma que nos permite identificaciones.
· La
imagen de una diosa en la sombra de un parque.
· Niños
saliendo de un colegio en un pasaje urbano.
· Una
canción de cuna.
· Un
libro de poemas.
· Una
azucena.
Podemos
aislarlas para pensarlas, para retratarlas incluso. Pero forman parte de redes,
cruces de intensidades, choques de fuerzas. En esas identidades, enmarañadas
entre ellas, se constituyen los organismos.
El
organismo es sedentario, molar y resistente el cambio, a diferencia del cuerpo
sin órganos que es nómada, y que promueve lo molecular y el devenir.
Un
organismo es una totalidad significante que se le puede atribuir a un sujeto.[iv] Está atravesado por un cuerpo sin
órganos. Las entidades, en general, "funcionan" como organismo. Un
libro es, a su manera, un organismo, pero lo es en sus estratos y en su
materialidad, dado que formalmente es una maquina abstracta.
El
cuerpo sin órganos es un impulso que atraviesa entidades vegetales, animales,
humanas, culturales, sociales. Es una fuerza inconsciente, movilizante e
inaprensible, pero actuante. El cuerpo sin órganos palpita en un organismo y
puede también deshacerlo. Hace pasar partículas insignificantes, fuerzas o
intensidades puras. Como concepto, los cuerpos sin órganos se asemejan a la
voluntad de poder nietzscheana: pujan, arrasan. No son movilizados por ninguna
conciencia, aun cuando la movilicen también a ella. El cuerpo sin órganos
desencadena procesos, que pueden concientizarse a posteriori, aunque nunca en
su totalidad. Sólo hilachas, fragmentos. El cuerpo sin órganos –inmaterial e
inconsciente– produce agenciamientos.
Un
agenciamiento no se le puede atribuir a un sujeto determinado. En el
agenciamiento incide lo múltiple indeterminado o multiplicidad como sustantivo,
no como adjetivo. No se trata, pongamos por caso, de un sujeto autor de un
libro, sino de multiplicidades produciendo un agenciamiento-libro. El cuerpo sin
órganos de un libro se despliega siguiendo líneas, densidades, planos de
convergencia, que a su vez producen planos de consistencia. ¿Cómo podrían
hallarse todas la intensidades que confluyeron para que se logre escribir el
más breve de los textos?, ¿quién es el autor de la economía poética de un
haiku: un oriental determinado o una multiplicidad de fuerzas culturales y
subjetivas que chocan con la fuerza de los signos?
Un
plano de consistencia es un continuo formado por intensidades móviles. Pensemos
en las distintas zonas de un libro (su tema principal, sus consecuencias, sus
oposiciones y correspondencias). Esas zonas constituyen planos de consistencia.
Son depositarias de una “condensación” del sentido del libro. Aunque el
discurso de ese libro refiera también a otros temas laterales, la densidad de
sentidos se concentra en el plano de consistencia.
Este
plano posee una contextura que le permite absorber otros afluentes maquínicos.
Está “rodeado” por planos de convergencias constituidos por elementos afines.
Con palabras que no son de Deleuze y Guattari (como en general no lo son varios
de los ejemplos aquí dados):
· los
planos de consistencia recorren el territorio conceptual privilegiado por el
libro, y
· el
plano de convergencia se consolida desde planos que coinciden aumentando la
consistencia.
Imaginemos
un libro que en un capítulo trata sobre la prohibición de fumar en los espacios
públicos, en otro sobre la vigilancia en determinadas instituciones y en un
tercero sobre el control de las cuentas bancarias de los ciudadanos. Cada uno
de los capítulos de este libro imaginado ofrece líneas de convergencia que
confluyen en un plano de consistencia, en este caso, ocupado por el poder. El
tema del poder se encuentra también en cada segmento o unidad temática.
Resumiendo: las orientaciones temáticas son planos de convergencia
(prohibición, vigilancia, control), cuyo encuentro constituye un plano de
consistencia (poder).
1.2.
Máquina abstracta
En un
libro hay también unidades de medida o cuantificaciones de la escritura. Pueden
ser las tradicionales subdivisiones en proposiciones, párrafos, apartados,
capítulos, partes, o puede tratarse de cuantificaciones no convencionales. Por
ejemplo, “meseta”, para Deleuze y Guattari, es una unidad de medida
(tradicionalmente, un: capítulo) que forma parte de un libro pero no tiene
principio ni fin determinado, porque no responde a órdenes jerárquicos, pues
una meseta siempre está en el medio de otras formaciones[v] y porque de una meseta a otra se
puede migrar como hormigas que inician una expedición. “Rizoma”, además de ser
un capítulo del libro Mil mesetas, se ha publicado como libro
independiente, encontrando así una línea de fuga del territorio del que
proviene (Mil mesetas).
Un
libro no tiene objeto. “Hace máquina” entre quienes tradicionalmente llamamos
autores, editores, libreros, lectores y otros participantes posibles del
agenciamiento libro. Según quién lo lea (o qué uso se le dé) se convertirá en
una máquina de aprendizaje, de distracción, de aburrimiento, de placer, de
displacer. Además, se conecta con otros agenciamientos y con otros cuerpos sin
órganos. Un libro existe gracias al afuera, a la posibilidad de escribirlo, de
materializarlo, de editarlo, de ser leído, confrontado, criticado, elogiado,
comentado, copiado, manoseado. A su vez, genera otras máquinas. Máquinas de
guerra, de amor, de revolución, de odio.
Sobre
todo, un libro es una máquina abstracta. Una especie de dispositivo formal,
aunque tenga contenido. Puede disparar múltiples sentidos. Diferentes
disposiciones deseantes. La boca y el pezón, se dice en El Anti-Edipo (Deleuze
y Guattari, 1985), forman una máquina deseante que se acopla y se desacopla, se
prende y se desprende dando así lugar a una máquina de alimentación-placer. Ni
el placer ni la alimentación existirían si no existiera la posibilidad de
unirse, tampoco sin la posibilidad de desprenderse. Una boca y un pezón
acoplados indefinidamente dejarían de ser máquina, serían muerte o locura.
Cuando
Deleuze y Guattari afirman que no hay ideología se proponen reafirmar una
visión inmanente de la realidad rechazando la postulación de verdades
profundas. Pretenden hacer interpretaciones sin aspirar a verdades forzosas.[vi] Un libro, entonces, no implica
dobles sentidos o sentidos ocultos que habría que desentrañar. Los autores de
“Rizoma” rescatan el concepto nietzscheano acerca de que no existen hechos sino
interpretaciones. Debajo de cada máscara siempre se esconde otra máscara. Nada
nos habilita a proclamar una verdad subyacente más allá de los estratos.
Ninguna esencia por descubrir, ninguna verdad en sí, sólo lo real deviniendo.[vii]
El
plano de inmanencia es lo contrario del plano de desarrollo, entendiendo por
“desarrollo” un plano de trascendencia que pretende extenderse más allá de lo
empírico, de las cosas, del estado de las cosas y de las intensidades y
velocidades que las posibilitan. Para quien se atiene a la inmanencia, como es
el caso, la tarea filosófica es cartográfica: construye planos y mapas del
presente y de la historia.
1.3.
Tipología libresca
I. EL
LIBRO RAÍZ
En la
historia del pensamiento occidental se destacan algunos tipos paradigmáticos de
libros: raíz, sistema raicilla o raíz fasciculada y rizoma-caos.
El
libro raíz se sostiene aislado del resto de la realidad. Se yergue sobre una
especie de falo solitario. Tal libro semeja un árbol que, a su vez, representa
la realidad. Una imagen del mundo al que pretende imitar. El pensamiento
hegemónico, que se maneja por representación, prefiere imaginarse una raíz
pivotante hundida en la tierra como único sostén del árbol (libro-pensamiento).
También
hay raíces dicotómicas que si bien tienen dos ejes de apoyo, siguen dependiendo
de una unidad de la que se desdoblan. En este punto, Deleuze y Guattari
critican el enunciado maoísta “Uno deviene dos”. Mao Zedong considera que tanto
en la naturaleza como en lo social la unidad se transforma siempre en dos. Por
ejemplo, la sociedad se divide en “capitalista” y “socialista”, o “burguesa” y
“proletaria”; el partido comunista –a su vez– se divide en “marxista” y
”revisionista”; los seres naturales se transforman adquiriendo formas
dicotómicas, como en ciertas raíces; hasta el sujeto, para Mao, deviene dos,
pues se divide en ser y pensar.
En
contraposición con las teorías dicotómicas, en “Rizoma” se señala que las
unidades más que dividirse se diversifican, que aun las raíces pivotantes se
prolongan en múltiples raicillas. Las raíces dicotómicas tampoco permanecen
divididas únicamente en dos; también ellas diversifican sus raicillas. Otro
tanto ocurre con el estado de las cosas, con los acontecimientos, con los
fenómenos sociales. Las multiplicidades humanas, vegetales y animales lanzan
sus seudópodos plurales. Incluso las formaciones minerales, en determinadas
circunstancias, se transforman en multitudes.
Pero,
de hecho, las metáforas de raíces pivotantes y dicotómicas presentan estratos
que remiten a lo real. La pivotante actúa en el sujeto. Nos captamos a nosotros
mismos como unidad “centrada”. También captamos esa especie de entidad en cada
uno de los demás sujetos. La dicotomía, en cambio, actúa en el objeto.
Recordemos la etimología de la palabra “objeto”, pensada desde el latín: ob,“hacia”; jeto, “arrojado”.
El objeto es arrojado hacia el sujeto que lo captura. El objeto es –y se
nombra– en función del sujeto. Aquí gravita la idea de bifurcación. El tipo de
libro que responde a estas dos clases de raíces (pivotantes y dicotómicas) es
el que se funda en un principio único, en el primer caso, y el que procede por
análisis divergentes binarios, en el segundo.[viii]
Se
puede pensar también cierta característica del pensamiento occidental: la de
fundamentarse en un solo principio (Ser, Dios, Nous), o dicotómico
(sustancia-accidente, bien-mal, real-aparente). Estas características no
necesariamente son excluyentes, un mismo sistema teórico puede sostenerse en un
solo eje que subsuma la duplicidad. Lo que importa acá es marcar el carácter
arborescente reduccionista en el que todo surgiría de una raíz unificada.
II.
SISTEMA RAICILLA O RAÍZ FASCICULADA
Si se
produce un pequeño tajo –más arriba de su extremo inferior– en una raíz
pivotante, la superficie herida (unida al resto de la planta) emite raicillas.
Una multiplicidad de pequeñas raíces surge del pivote tronchado. Y, si bien esa
raíz continúa aislada del resto de la planta, aumenta su complejidad. Deleuze y
Guattari utilizan esta metáfora para referenciar los libros pertenecientes a lo
que denominan “nuestra modernidad”. Es evidente que se refieren a los libros
del estructuralismo, el sistema de pensamiento imperante a mediados del siglo
XX, de fuerte influencia en casi todas las disciplinas humanísticas, al que le
otorgan el beneficio teórico de haber “complejizado” la comprensión del mundo;
pero le objetan la metáfora arborescente.
La
lógica binaria es la realidad espiritual del árbol raíz. Hasta la lingüística
moderna conserva la imagen de base de esa figura arborescente que la vincula
con el pensamiento clásico. Ambos pensamientos (el clásico y el moderno) no
piensan la multiplicidad; hasta para llegar a dos necesitan pensar la unidad.
Incluso pueden pensar una tríada dialéctica, y pensar cuatro, o cinco, pero
siempre presuponiendo la unidad.
Con el
libro estructuralista la “representación” de la realidad se tornó más compleja
que con los sistemas pivotantes o dicotómicos. Por lo tanto parece más acorde
para metaforizar lo real. Pero, según los autores de “Rizoma”, sigue careciendo
de conexiones con el afuera. Los sistemas árbol-raicilla propios de los
análisis de mediados del siglo XX ganan en multiplicidad, pero son aún una
metáfora demasiado acotada de lo que quieren evocar, sin olvidar que en el
estructuralismo hay una vocación de legalidad universal, algo que no le cae
bien a los paladares rizomáticos.
Existe
una variante más compleja de edición en la tipología del libro: el plegado de
un texto sobre otro inventado por William Burroughs.[ix] Esta perspectiva semeja raíces
adventicias. Son raíces aéreas, cuyo accionar, tomado como semejanza de otros
procesos reales, implica una dimensión suplementaria a los libros antes
considerados. Es un collage con fragmentos de un mismo texto en el que hay
varios “brotes” (a diferencia del pivote o de la duplicidad), pero limitados:
sólo se relacionan con una axila del árbol en la que están alojados. Es un
libro rehecho con trozos de sí mismo, sin alteridad. El pensamiento que se
expresa en este tipo de libro avanzó algo sobre múltiple, pero no se atrevió a
desafiar la unidad, que permanece comobasamento. La concepción lineal
conlleva en sí el no “pegotearse” entre entidades, como si no
produjeran intercambios, como si fueran realmente autosuficientes.
III.
RIZOMA-CAOS
Lejos
están los aforismos de Nietzsche de la unidad pivotante, de la dualidad
dicotómica, de la complejidad unitaria de las raicillas, y hasta de la
“libertad” aérea de las raíces adventicias de los escritos plegados. Con
Nietzsche se rompe la unidad lineal del saber. El libro hace mapa del mundo.
Libro y mundo han devenido caos. Rizoma.
El
rizoma no es una raíz sino un tallo subterráneo. Se extiende bajo la tierra
adquiriendo formas imprevisibles, estalla sobre la superficie regalando una
planta, y otra, y otra. Varios metros separan, a veces, una mata de sus
múltiples vecinas, conectadas todas a un mismo rizoma. Bajo la superficie, el
rizoma de pronto forma bulbos; de pronto, tubérculos. También se proyecta hacia
arriba, hacia abajo. Si es cortado en alguno de sus tramos, se lanza nuevamente
a la aventura de crecer. Tiene formas diversas, desde su extensión superficial
ramifica en todos los sentidos hasta sus concreciones exteriores e interiores.
El
libro múltiple no lineal hace mapas de la realidad. El rizoma no evita el caos
sin dejar por ello de establecer aquí y allá distintos órdenes casi siempre
imprevisibles, nunca reversibles. Es múltiple.
Lo
múltiple hay que hacerlo. Y se hace quitando siempre uno, no agregando (n-1).[x] El rizoma le sustrae la unidad a la
realidad.
· La
botánica parece rizomorfa, o lo es cuando forma bulbos, tubérculos, tallos
subterráneos con pluralidad de salidas y entradas terrestres.
· La
zoología suele formar rizomas: manadas de ovejas arremolinándose, pájaros
migratorios desplazándose, ratas huyendo y atropellándose, roedores
subterráneos construyendo madrigueras.
· También
hay ciudades rizomáticas, como Amsterdam o Venecia. Las favelas y las villas
miseria también forman rizoma.
El
libro rizoma, como el pensamiento rizomático, pretende ofrecer mapas
conceptuales y deseantes.[xi]
1.4.
Caracteres generales del rizoma
Los
jóvenes que viven en las favelas están fuertemente codificados, confinados. En
ese territorio de narcos y rufianes la circulación del deseo se concentra en
las espinosas fronteras de los asentamientos. Esos muchachos suelen ser
abusados sexualmente desde niños, difícilmente conocen a su padre y fácilmente
ven deteriorarse la vida de sus madres, si es que las conocen.
Poco
saben de mimos y cuidados. Cuando uno de ellos inicia su huida de la favela se
encuentra con ciudades tan magníficas como peligrosas. Prontamente comienza a
deambular por las zonas rojas. Lo sorprenden con gentilezas y cortejos a los
que no está acostumbrado. Hay homosexuales que le pagan para procurarse placer.
Es evidente que se ha desterritorializado del infierno en el que vivía y le
parece haber arribado a un paraíso. Se produjo una línea de fuga del deseo. Una
línea rizomática se desvió de las codificaciones propias de la favela y circula
encantado entre luces, música, droga de mejor calidad y dinero ganado por
dejarse adorar.
Pero si
ese chico se territorializa en una zona roja, también ahí será atrapado por
ilegalismos que lo codificarán mediante riesgos tan fatídicos como los que
abandonó: se prostituirá, se hará adicto, delinquirá. Lo que fue un soplo de
libertad, si se reterritorializa en una zona de alto riesgo, se convertirá en
una opresión tan fuerte o peor que la anterior. Únicamente si encuentra otra
línea de fuga y logra decodificarse de ese submundo podrá ser libre, a
condición de no deslizarse por una deriva sin fin que también lo destruiría.[xii]
He aquí
una apretada síntesis de una tesis de posgrado que Néstor Perlongher defendió
en San Pablo.[xiii] Su marco teórico proviene
fundamentalmente de los desarrollos de Deleuze y Guattari. A partir de ellos
analiza el destino del michê, es decir, del taxi boy brasileño,
Dice
Perlongher
La
práctica social o, mejor dicho, microsocial, de la prostitución viril aparece
como resultante de encuentros: masas de adolescentes desterritorializados por
la miseria, aminorados por la edad, masas de homosexuales pescando en los
zanjones de la marginalidad las aguavivas del goce. En esa búsqueda una
diversidad de dispositivos sociales entran en acción. (Perlongher, 1987: 45)
Un
claro ejemplo de procesos rizomáticos, donde el acontecimiento se produce entre
choques de fuerzas; en este caso entre homosexuales adultos y adolescentes
carenciados. Por su parte, Deleuze y Guattari enuncian seis caracteres
generales del rizoma: conexión, heterogeneidad, multiplicidad, ruptura del
significante, cartografía, calcomanía.
Tales
principios se encuentran en la errancia prostibularia paulista analizada por
Perlongher. Para una mínima dilucidación de cada uno de ellos, retomo el
recorrido por la lectura de “Rizoma”.
PRINCIPIOS
PRIMERO Y SEGUNDO: DE CONEXIÓN Y DE HETEROGENEIDAD
Según
los principios de conexión y de heterogeneidad, cualquier punto del rizoma
puede ser vinculado con cualquier otro punto, a diferencia del árbol y la raíz
que siempre fijan un orden unidireccional.
El
pensamiento moderno remitía a la unidad o a la dicotomía; el pensamiento
rizoma, a la multiplicidad. Se concatena mediante eslabones biológicos,
políticos, económicos, sexuales, urbanísticos, intelectuales, artísticos y
muchos más. Estos eslabones ponen en juego regímenes de signos y estados de
cosas.
Cuanto
más abstracta es una máquina, más rizomática, más múltiple. Las artes, las
ciencias, las luchas sociales, se actualizan micro-físicamente; para modificar
algún aspecto de ellas –en sentido liberador– hay que operar
micropolíticamente, desde formaciones =espontáneas, no determinadas, es decir,
no codificadas por el poder.
Las
lenguas también se construyen de manera microfísica. La lengua no es una unidad
en sí misma; es un cúmulo de dialectos. Y cuando se estabiliza –la hablada en
las capillas, en la comunidad científica, en las capitales, en los cenáculos–
hace bulbos, aunque su evolución se sigue desarrollando mediante flujos
subterráneos. En cualquier momento puede devenir aérea, abandonar la tierra,
oxigenarse. Si se encierra en sí misma comienza a perder intensidad. Necesita
lo heterogéneo y las conexiones con el afuera. Encerrarse en sí mismo es
impotencia. El rizoma se conecta continuamente con lo diferente.[xiv]
TERCER
PRINCIPIO: DE MULTIPLICIDAD
Lo
múltiple es dejar de subsumir lo heterogéneo bajo el abrigo de lo uno. Losagenciamientos aumentan
sus dimensiones en multiplicidades que cambian de naturaleza a medida que
aumentan sus conexiones. Esto es molecularizar, liberar. Es lo contrario de
molarizar, de territorializar. En un rizoma continuamente hay líneas de fuga.
Glenn Gould interpretando las Variaciones Goldberg de Bach se
desterritorializa de la partitura en cada nueva modulación. La partitura opera
como “mapa” para ser ejecutada de determinada manera, a la que Gould le agrega
cadencias que semejan brotes rizomáticos múltiples y musicales.
Sólo
existe unidad cuando la multiplicidad es capturada por el poder del
significante, o en un proceso de subjetivación en el que la unidad es
sobrecodificada. Cuando la multiplicidad es aglutinada y uniformada por el
poder, se molariza, se masifica, se codifica. Por el contrario, cuando logra
molecularizarse se disipa, se vuelve partículas, intensidades, líneas de fuga.
Se escurre por surcos de libertad.[xv] Las multiplicidades se definen por
el afuera, por líneas abstractas, líneas de fuga o desterritorialización. Lo
significativo siempre ocurre en el medio, entre el sí mismo y el afuera.
Lo
múltiple es inmanente. Se compone de encadenamientos interrumpidos de afectos
con velocidades variables, precipitaciones y transformaciones, siempre en
relación con el afuera. Sin sustancia. Nadie accede a lo trascendente. Lo
trascendente se nombra, es una generalización lingüística. Solo
captamos efectos de lo inmanente, de lo que está entre nosotros, del afuera y,
mal que bien, tratamos de comprender esos fragmentos mediante mapas. Un libro
con características rizomáticas es una máquina de guerra, una máquina
abstracta, un mapa simbólico. Lo contrario es el libro aparato de Estado, que
codifica y sobrecodifica. La máquina de Estado se opone a la máquina de guerra.
El aparato de Estado impide las líneas de fuga, produce codificaciones
unitarias. La máquina de guerra posibilita las desterritorializaciones,
multiplica las codificaciones, las torna leves.
CUARTO
PRINCIPIO: DE RUPTURA DEL SIGNIFICANTE
La
contingencia a la que estamos sometidos se relativiza cuando manejamos nombres
para lo azaroso. Para zafar de la tiranía del significante hay que romper con
las codificaciones, encontrar líneas de fuga. “Encerramos” los estados de cosas
en la red de los significantes y luego pretendemos que las palabras son la
realidad. Este proceso origina la trascendencia. En nombre de ella se predica
la verdad, la unidad, la inmovilidad, la perfección, la divinidad incluso. Se
trata de palabras.
Ahora
pensemos en un proceso inmanente. Es imposible acabar con el rizoma
natural hormiga. Se las extermina en un lugar y aparecen en otro, se
las elimina un día y se rearman al siguiente. Todo rizoma ocupa territorios y
se desterritorializa constantemente. Fluye sin cesar.
La
ruptura del significante implica la decodificación, la fuga de un territorio.
Pero los microfascismos siempre están dispuestos a cristalizar en un orden
impuesto. También la autogestión o micropolítica se cosifica si quienes las
impulsan se enamoran del poder.
Los
aparatos de poder no sólo hacen macropolítica o política de Estado, saben
inducir políticas micro, aunque negativas en la medida en que estos aparatos
actúan sobre las subjetividades para molarizarlas, para encorsetarlas en una
“normalidad” funcional al poder. Hasta las militancias sociales más legítimas
pueden tornarse reaccionarias si quedan atrapadas en significantes que, con los
cambios de circunstancias, van perdiendo sentido y permanecen como cáscaras
vacías. Como máscaras que ocultan que ahí se está dando un engolosinamiento con
el ejercicio del poder. Pero tampoco se puede vivir huyendo continuamente de
los territorios. ¿Cómo hacer para no copiar las tecnologías de poder de aquello
contra lo que se milita?
Con
sorprendente rapidez se producen reterritorializaciones a nivel social,
familiar, cultural, político y natural: desde resurgimientos edípicos hasta
prácticas sociales reaccionarias, pasando por solidificaciones naturales que
detienen, por ejemplo, el curso de un río perjudicando a vegetales y animales
que vivían de sus aguas.
Pero la
multiplicidad es acechada por la voluntad de unidad. La multiplicidad no tiene
sujeto ni objeto sino determinaciones.[xvi] No hay unidad que sirva de pivote
en el sujeto, o que devenga dos en el objeto. Hay circulación de intensidades.
Los
significantes codifican “representando” lo dado. En esa pretendida imitación de
la sociedad, o de la naturaleza, el devenir material captura códigos. La
orquídea, por ejemplo, adquiere forma de avispa hembra atrayendo así a la
avispa macho que, seducida por el disfraz, se posa en la superficie de la flor
y se impregna de polen. Luego esparcirá ese polvo vital en otras orquídeas,
fecundándolas. Parecería que la flor imitó a la avispa. Pero, en realidad,
capturó su código aumentando su valencia: devino momentáneamente avispa. Entre
el insecto y la planta circulan intensidades. No se produjo imitación ni
semejanza, sino surgimiento de series heterogéneas desde un rizoma común: la
serie de las avispas y la serie de las orquídeas, plegándose al rizoma
fecundación.
El
libro no pivotante –ni dicotómico, ni raicilla, ni adventicio– sino múltiple
hace rizoma con el mundo. Captura sus códigos para esparcir polen en las
orquídeas-lectores. Las plantas siempre hacen rizoma con alguien: viento,
animal, otras plantas, agua y hasta con humanos. Dice Nietzsche que la
embriaguez es la irrupción triunfal de la planta en nosotros.
QUINTO
Y SEXTO PRINCIPIOS: DE CARTOGRAFÍA Y DE CALCOMANÍA
Había
una vez un imperio en el que el arte de la cartografía logró tal perfección que
el mapa de una provincia ocupaba toda una ciudad y el mapa del imperio, una
provincia. La voluntad de cartografiar no se detuvo y todos los habitantes
colaboraron para perfeccionar más y más el mapa imperial. Llegó un momento en
el que el mapa del imperio llegó a coincidir punto por punto con todo su
territorio. Cuando el mapa se convirtió en calco mostró su inutilidad “y no sin
impiedad lo entregaron a las inclemencias del sol y los inviernos”.[xvii]
Los
calcos son del orden de la copia, reproducen al infinito, no generan, no
estimulan el movimiento, son inertes. Calcos son todas las hojas de un árbol.
La calidad de calco no es fecunda. El rizoma no es calco, es mapa. El calco
siempre debe ser colocado sobre el mapa para realizarse. Por el contrario, el
mapa es una interpretación del territorio y, a la vez, sirve para recorrerlo en
varios sentidos posibles.
Un mapa
tiene múltiples entradas. La orquídea hace mapa con la avispa y desencadena un
movimiento desterritorializante. La música también es mapa y rizoma. La
partitura se ofrece como mapa, dando lugar a las más disímiles
interpretaciones. Y cuando se interpreta deviene cambiante. La interpretación
nunca es copia, aun cuando pretenda serlo; siempre es diferente, es otra.
El
psicoanálisis, según Deleuze y Guattari, dibuja calcos del inconsciente y se lo
impone a los pacientes. El doctor Freud se esfuerza para que los sentimientos y
las manifestaciones del pequeño Juan calquen los preconceptos del científico.
Freud ignora sistemáticamente los reclamos y los deseos del niño; lo fuerza una
y otra vez para que “calce” con su idea de inconsciente.
Otro
tanto hace Freud con “la joven homosexual”. No atiende los reclamos de la
muchacha y la acusa de rebelde a los mandatos de sus calcos. Así se bloquea el
rizoma, se detiene la circulación del deseo. Juancito finalmente se avino a los
mandatos y, ya mayor, no parece portar vestigios de los calcos. La joven se
desterritorializó de los calcos psicoanalíticos y desarrolló los flujos de su
deseo. Encontró una línea de fuga para desterritorializarse, para no calcar la
moral burguesa.
En
“Rizoma” se considera que la lingüística hace calcos del lenguaje,
que no se esfuerza por seguir sus meandros por libres llanuras. La lingüística
pretende más bien atrapar calcando. Sus construcciones teóricas semejan árboles
con raicillas, pero surgiendo empequeñecidos de una gruesa raíz pivotante, como
esos árboles lingüísticos que dividen y dividen. Los árboles generativos de la
lingüística, a pesar de su estructura basada en la raíz, podrían abrirse en
todos los sentidos, multiplicándose como lo hace el lenguaje en su devenir
constante.
A veces
los calcos se vuelven mapas, como un viejo árbol que de pronto largaflores
desde su tronco. Hasta la biología arborescente se tornó rizoma al despuntar el
evolucionismo; la historia se metió en las ciencias de la naturaleza; la raíz
devino tallo circulante.
2.
Línea de fuga desterritorializante
Existen
diferentes agenciamientos, al igual que en los bestiarios medievales en los que
las piernas de un hombre terminaban en patas de perros, o de una planta de
tomates surgía un embudo. Existen mapas-calcos y rizomas-raíces con
coeficientes de desterritorialización variables. Si el mapa se opone al calco
es precisamente porque está totalmente orientado hacia una experimentación que
actúa sobre él. El mapa no construye algo cerrado sobre sí mismo, reconstruye.
La
reconstrucción es del orden de la experimentación, impulsa nuevos espacios,
nuevos senderos, salidas novedosas, aperturas inéditas hacia dimensiones no
codificadas ni calcadas. Este pensamiento se ilusiona con un territorio y se
fuga cuando se torna opresor; luego procura encontrar otro sin arborizarse en
una verdad única ni disgregarse en el sinsentido absoluto. Porque “una fuga
total es algo de lo que uno no puede recuperarse”.[xviii]
Dice
Oliverio Girondo:
Creía
que fuese un pelo rebelde,
atormentado,
pero al mirarme el pecho
comprobé que era verde.
Pasaron noches y días,
apareció una hojita
y después otra... y otra...
y todavía otra.
¿Un trébol de cuatro hojas?...
¡Qué alegre!
¡Qué alegría!
Pero al morir los meses,
una dura corteza recubría su tronco,
mientras le iban creciendo unas cuantas ramitas.
Ahora ya es un árbol
solitario,
frondoso,
perfecto,
chiquito.[xix]
Y
agrega:
Demasiado
corpóreo,
limitado,
compacto.
Tendré que abrir los poros y disgregarme un
poco.
No digo demasiado.[xx]
La
conjunción “y” (escrita y subrayada por mí) tiene la intención de señalar que
el sentido, que aquí me interesa destacar, de los dos poemas surge justamente
entre ellos, en medio de ellos.
La
burocracia es arborescente, procede por calcos. Los contables repiten al
infinito sus esquemas pero el día menos pensado pueden ponerse a brotar. Kafka
oficinista, Kafka escritor.
“No
busques la raíz, sigue el canal.”[xxi] En el canal las intensidades se
potencian. En cambio la raíz está fija, inmóvil. Dice Franz Kafka:
Las
cosas que se me ocurren no se me presentan por su raíz, sino por un punto
cualquiera situado hacia el medio. Tratad, pues, de retenerlas, tratad de
retener esa brizna de hierba que sólo empieza a crecer por la mitad del tallo,
no la soltéis.[xxii]
La
máquina de guerra surge entre fuerzas nómadas, es una composición que se da en
el medio, en un choque que implica unión, como la “y” en una conjunción. En
cambio, el aparato de Estado es sedentario. Los estratos y la segmentariedad
también son sedentarios. Los estratos son la “cubierta” de los acontecimientos,
de los sujetos, de los libros. Ellos permiten la ilusión de la unidad, de la
entidad que se manifiesta como unidad.
La
estatua de mármol originariamente desnuda hoy luce cubierta de hiedra.
Semioculta entre hojas –cuando el viento las estremece–parece viva. Está
entramada con el bosque. Sólo una mano blanca surge entre el verdor. Una
mano-segmento como entidad en sí misma. Un trozo sedentario sobre el que
seguramente avanzará la hiedra y la humedad. Es como si se percibiera el
incipiente movimiento de lo estático, su velocidad futura, su devenir
rizomático.
El
majestuoso glacial patagónico, inmóvil y unitario, puede quebrarse y arrojar
sus trozos turquesa para explotar –magnífico– y sumergirse en las lechosas
aguas del lago sin detener su pulsión de cambios. También hace rizoma.
[i] “Rizoma”, de Gilles Deleuze y Felix
Guattari (en Mil mesetas, 1994) es leído e intervenido, en el
presente capítulo, con voluntad de comprensión.
[ii] “Totalidades” para entendernos, ya
que, como en general aquí no se trata de metafísica, no se aspira a saber qué
son en sí mismas (si es que son algo) esas entidades. Mejor dicho, aun cuando
se “haga metafísica”, conviene no perder de vista la injusticia de ésta, en
tanto no se “conoce” lo que se está “objetivando”, únicamente se interpreta.
[iii] El concepto de máquina es una
categoría deleuzeana (Deleuze y Guattari, 1994, 1985); elaboro una introducción
a la concepción maquínica de estos autores en Díaz (2004). También hay
artículos relacionados en mi sitio web ya citado.
[iv] También se puede identificar como
organismo a un objeto, aunque no en sentido biológico sino funcional.
[v] Meseta, además de denotar una llanura
situada a cierta altura respecto del nivel del mar, es una porción plana
situada entre dos tramos de una escalera.
[vi] Foucault, adhiriendo al mismo
sentido, categoriza su obra como “ontología del presente” u “ontología
histórica”. Desarrollo el tema en Díaz (2004).
[vii] Cabría preguntarse cómo pueden
Deleuze y Guattari afirmar entonces características del cuerpo sin órganos, en
tanto es una instancia inconsciente. Tal vez estos autores contestarían que si
bien se refieren a una instancia inconsciente, ella presenta manifestaciones en
los estratos. Pero como aquí se trata de un intento de mínima sistematización
de una “meseta”, no agrego más máscaras (a las que considero indispensables) y,
sin pretender una transcripción “verdadera” u “objetiva”, ensayo una exposición
con aspiraciones aclaratorias de los conceptos de “Rizoma”. Para una
intelección más clara del concepto de “no ideología”, puede consultarse otro
autor que, en consonancia con las ideas de Deleuze y Guattari, rechaza el
concepto de "ideología" (Foucault, 1983, primera conferencia, entre
otras obras).
[viii] Pues independientemente de las
pequeñas raicillas en las que ambas raíces se diversifican, sigue prevaleciendo
la idea de un fundamento central único o dicotómico.
[ix] William Burroughs (Estados Unidos,
1914-1997) inventó "el corte", una técnica de collage aplicada a la
prosa que consiste en cortar y mezclar textos de un texto unitario escrito por
él mismo.
[x] “Lo múltiple hay que hacerlo, pero no
añadiendo constantemente una dimensión superior, sino, al contrario, de la
forma más simple, a fuerza de sobriedad, al nivel de las dimensiones de que se
dispone, siempre n-1 (sólo así, sustrayéndolo, lo Uno forma parte de lo
múltiple). Sustraer lo único de la multiplicidad a constituir: escribir n-1.
Este tipo de sistema podría denominarse rizoma” (Deleuze y Guattari, 1994: 12).
[xi] Incluso en Nietzsche no se trata sólo
de pensamientos sino también de sentimientos, o mejor dicho, de
pensamiento-sentimiento. He ahí el deseo.
[xii] Una reterritorialización positiva es
algo muy improbable entre estos muchachos, aunque no imposible. El protagonista
de Ciudad de Dios, la película de Fernando Meirelles, logra zafar del
dominio de la favela encontrando una línea de fuga no destructiva. Pero eso se
da poco fuera de la ficción.
[xiii] Existe un resumen de ese trabajo en
Perlongher (1987).
[xiv] La fuente filosófica de este concepto
es el “eterno retorno” nietzscheano. Si imagináramos que este momento, el que ahora
estamos viviendo, se repitiera eternamente, llegaría a captarse vacío de
sentido, cada repetición es diferente de lo que repite y va “gastando” el
sentido otorgado. Es decir que “retorno de lo mismo” es “repetirse de la
diferencia”. Pero podemos afirmar la diferencia porque entre una repetición y
otra hay semejanza, si no no tendría sentido el término ‘repetición’. Se repite
lo mismo, pero por repetirse es diferente. Además, hay una necesidad casi
lógica, es decir forzosa, en que lo que está ocurriendo ocurra como ocurre y no
de otra manera. Entonces, ante la inevitabilidad del acontecimiento (una vez
que está ocurriendo) lo sabio es reafirmarlo, es decir “así lo quise”, “¿ésta
era la vida?, quiero más” (de lo mismo).
[xv] Deleuze y Guattari (1985) se refieren
a la unificación cosificante, a la codificación por parte de los aparatos de
poder, como “molarización”. Por el contrario, el dispositivo capaz de permitir
derivas deseantes mediante líneas de fuga se “moleculariza”. Lo molar implica
territorialización, sometimiento; en cambio, lo molecular es liberador, está al
servicio de la desterritorialización.
[xvi] El antecedente filosófico de esta
batería de conceptos se encuentra en la filosofía de Baruch Spinoza. Aquí se
trabaja a partir de su idea de divinidad inmanente, sustancia capaz de adquirir
múltiples y diferentes atributos. La sustancia sería el rizoma y los atributos,
las diferentes formas que adquiere la sustancia, tales como bulbos, tubérculos,
conexión con tallos aéreos, con otros subterráneos, emitiendo plantas para
arriba y raíces para abajo, que no mueren si se les corta un fragmento y
continúan con sus flujos.
[xvii] J.L. Borges, “Del rigor de la
ciencia”, en Museos, Obras completas, t. II.
[xviii] F. Scott Fitzgerald, El crack-up, Barcelona,
Anagrama, 1992, p. 122.
[xix] O. Girondo, “Arborescencia”, en Embelecos, Obras
completas, Buenos Aires, Losada, 1998.
[xx] O. Girondo, "Restringido propósito", ídem.
[xxi] Fragmento de una canción de
Patti Smith, citado por Deleuze y Guattari (1994: 24).
[xxii] F. Kafka, Diario, Madrid,
Bruguera, 1988, p. 9.